lunes, 7 de septiembre de 2009

¡Ya basta!

Emilio Palacio
Los acólitos del socialismo del siglo XXI han dictaminado que destruirán la moral pública, la fe y la esperanza de los ciudadanos en un futuro mejor, pero que ante eso deberíamos mirar para otro lado, como si no fuese con nosotros, porque ellos ganaron las elecciones.
Han resuelto que nos pueden insultar, vejar, acusar de corruptos, burlarse de nuestras cualidades o defectos físicos, y que para responderles nosotros en cambio deberemos guardar la compostura de señoritas virginales, so pena de echarnos a una mazmorra, con asesinos y criminales.
Están decididos a destruir la economía de los trabajadores y de los desempleados, con los experimentos de un académico que nunca salió de los libros, y que guardemos silencio porque cualquier duda que expresemos simplemente corroborará que somos mediocres asalariados de los grandes poderes económicos.
Esperan que ante las emergencias y el asalto de los fondos públicos nos tapemos los ojos, la boca y los oídos, como los tres monitos; que agachemos la cabeza mientras desaparece el dinero del petróleo más caro de la historia, que debería servir para garantizarle al más pobre las mismas oportunidades que al rico.
Que olvidemos que este paísLas revoluciones legítimas comienzan cuando ciudadanos comunes como usted miran a su alrededor y comprueban que les están arrebatando su tranquilidad. pedía a gritos un cambio, y que en su lugar aceptemos más de lo mismo.
Hasta ahora aguantamos todo esto casi en silencio. Pero desde esta columna quiero exclamar ¡Ya basta!
No podemos ni debemos seguir tolerando más. Es hora de que comience la verdadera revolución ciudadana. Sin insultos, sin violencia sin volvernos dementes cada sábado; manifestándonos de manera pacífica en calles y plazas, en fábricas y oficinas, en barrios y universidades, creando foros de repudio donde quiera que podamos.
Las revoluciones legítimas nunca se han hecho desde el poder sino desde abajo. Comienzan cuando ciudadanos comunes como usted miran a su alrededor y comprueban que les están arrebatando su tranquilidad.
Tenemos una gran dificultad. No hay líderes. La credibilidad de todos se extinguió ante tanta estafa que cometieron los supuestos conductores. Pero recuerde que el 9 de Octubre de 1820 comenzó así. Cuando León Febres Cordero, como extranjero, preguntó qué guayaquileño encabezaría el movimiento, nadie levantó la mano. Tenían miedo. Entonces la voz del patriota resonó: “Si no hay dirigentes, el pueblo será nuestro dirigente”. La victoria más amplia premió su valentía.
Sé que parece difícil, que muchos creen que somos pocos. No se dan cuenta de cuán extendida está la decepción. Pero hay momentos en la historia que nos obligan a tomar una decisión. A dar el primer paso y animar a otros; como si otras generaciones, pasadas y futuras, nos tomasen el pulso y nos pusiesen a prueba.
Ante toda esta vergüenza, desde esta columna quiero pedirle que ponga en alerta a todos los suyos, a sus amigos y colegas, a sus vecinos y familiares. Dígales que la campanada sonará en cualquier momento, que debemos prepararnos. Que se acerca la hora en que todos, a una sola voz, digamos: ¡Ya basta!

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