Emilio Palacio
El viernes por la mañana concurrí a una radioemisora de Guayaquil. Me habían invitado a debatir con Rolando Panchana sobre la nueva ley de Comunicación. Al llegar me informaron que el asambleísta no vendría. ¿El motivo?, vaya usted a saber. Me limité, pues, a quejarme por los micrófonos, creyendo que el incidente terminaría allí. Pero al embarcarme en mi carro oí la voz de Panchana pregonar desde otra radioemisora que él nunca rehuiría un debate y que lo aclaraba para que “nadie ande diciendo lo contrario por ahí”. Por lo visto, desde algún centro de monitoreo me habían escuchado y llamaron a Rolando para advertirle. De inmediato llamé al ex periodista y le propuse que nos viéramos en cualquiera de las dos radios para debatir, pero no me contestó; solo se despidió amablemente. Así que ni corto ni perezoso regresé a la primera radio para esperarlo. No tuve que aguardar mucho. Casi al instante, la silueta de Panchana se dibujó tras el vidrio de la puerta principal. Me levanté para abrirle, adelantándome a la recepcionista, pero al hacerlo no encontré a nadie. Probablemente le advirtieron de mi presencia, porque alcancé a ver que se dirigía a la parte posterior del edificio para ingresar por otra entrada. Me dirigí, pues, a la cabina y toqué a la puerta. Abrió un jovencito muy nervioso que me advirtió que no debía pasar. Pero como desde allí alcancé a ver al asambleísta ante los micrófonos, exclamé: “Rolando, aquí estoy, si estás dispuesto a debatir”. Ni siquiera me contestó. Siguió hablándole al entrevistador como si yo no existiese, mientras me cerraban la puerta en las narices.
Decepcionado, me retiré, abriéndome paso entre los guardaespaldas del socialista del siglo XXI, que no acertaban a comprender lo que había ocurrido.
Panchana no es periodista (recientemente adhirió a la teoría de que para ser periodista hay que tener título). Tampoco es abogado (no concluyó la carrera de Leyes). Aun así, se proclama autor de una ley que matará al periodismo. Sabemos, por supuesto, que eso no es verdad; el proyecto lleva la huella inconfundible del correísmo. Pero tampoco es cierto que la Ley Panchana sea una mordaza para la prensa, como se ha dicho. En realidad será una pesada venda sobre tus ojos.
Piensa en lo siguiente: el Ecuador ha recibido en los últimos tres años más dinero que en toda su historia republicana gracias al precio del petróleo y a las remesas de los emigrantes. Los millones que pasan por las arcas fiscales solo se comparan a los primeros tiempos de la Conquista española, cuando barcos extranjeros se llevaban toneladas y toneladas de oro a Europa. Hoy los nuevos conquistadores nos están robando “por el ojo tuerto”, como dijo Fabricio, y solo la prensa se atreve a denunciarlo, despertando la indignación popular. ¿O acaso crees que los maestros, los campesinos, los indios, los empleados públicos y los estudiantes salen a protestar solo porque alguien no atiende sus reclamos? De ningún modo. El pueblo podría aguantar muchísimo más si supiese que con su sacrificio está contribuyendo a construir un nuevo país. Pero lo cierto es que el pueblo anda “chiro”, como también dijo Fabricio, mientras algunos revolucionarios se van a vivir a Pelucolandia o trafican con la “merca” de Raúl Reyes, después de traicionarlo.
De eso se trata, de que no te enteres de nada, de que te dejen los dos ojos tuertos para que el robo y el asalto sean por partida doble.
Decepcionado, me retiré, abriéndome paso entre los guardaespaldas del socialista del siglo XXI, que no acertaban a comprender lo que había ocurrido.
Panchana no es periodista (recientemente adhirió a la teoría de que para ser periodista hay que tener título). Tampoco es abogado (no concluyó la carrera de Leyes). Aun así, se proclama autor de una ley que matará al periodismo. Sabemos, por supuesto, que eso no es verdad; el proyecto lleva la huella inconfundible del correísmo. Pero tampoco es cierto que la Ley Panchana sea una mordaza para la prensa, como se ha dicho. En realidad será una pesada venda sobre tus ojos.
Piensa en lo siguiente: el Ecuador ha recibido en los últimos tres años más dinero que en toda su historia republicana gracias al precio del petróleo y a las remesas de los emigrantes. Los millones que pasan por las arcas fiscales solo se comparan a los primeros tiempos de la Conquista española, cuando barcos extranjeros se llevaban toneladas y toneladas de oro a Europa. Hoy los nuevos conquistadores nos están robando “por el ojo tuerto”, como dijo Fabricio, y solo la prensa se atreve a denunciarlo, despertando la indignación popular. ¿O acaso crees que los maestros, los campesinos, los indios, los empleados públicos y los estudiantes salen a protestar solo porque alguien no atiende sus reclamos? De ningún modo. El pueblo podría aguantar muchísimo más si supiese que con su sacrificio está contribuyendo a construir un nuevo país. Pero lo cierto es que el pueblo anda “chiro”, como también dijo Fabricio, mientras algunos revolucionarios se van a vivir a Pelucolandia o trafican con la “merca” de Raúl Reyes, después de traicionarlo.
De eso se trata, de que no te enteres de nada, de que te dejen los dos ojos tuertos para que el robo y el asalto sean por partida doble.
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