Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Según Rafael Correa, el Ministerio de Finanzas ha estado en manos de “ortodoxos, conservadores y prudentes, a los que llamamos OCP,” que conspiran tratando de reducir el gasto público, para pagar la deuda
Para Correa es malo ser ortodoxo, prudente y conservador al manejar el dinero de los ecuatorianos. Prefiere entonces ser un economista heterodoxo, imprudente y liberal. O sea un HIL.
Según un HIL lo importante es el gasto social. Y en eso estamos de acuerdo todos los que queremos un país con más oportunidades. El gasto social –bien invertido– permitirá a muchos ecuatorianos salir de la pobreza. Eso nadie lo discute.
El problema del HIL se basa en su imprudencia. La fórmula HIL es sencilla. Con la excusa de su preocupación social, está dispuesto a gastarse todo lo que tiene y lo que no tiene. Y si falta plata no hay problema, simplemente deja de pagar la deuda. Como dijo Rafael Correa: “no vamos a dejar de invertir en lo social… el rato que no haya recursos, suspendemos el pago de deuda”.
Llevado a un escenario doméstico, el padre de familia HIL diría: “Como para mí lo más importante es la educación de mis hijos, gasto sin miedo en libros, cursos, profesores. Eso sí, esperemos que el próximo año todo vaya bien en el trabajo para que me alcance para todos mis gastos: matrículas, pensiones, alquiler, comida, cuotas de mi carro y los intereses de la tarjeta de crédito (por esa televisión plasma en media sala). Pero si me quedo sin plata no hay problema, simplemente dejo de pagar al banco y la tarjeta”.
Al igual que el Gobierno, el padre HIL canta “Don’t worry, be happy” jugándosela al todo o nada, aunque sabe que sus hijos serán los primeros en pagar las consecuencias de su imprudencia. Si algo pasa, se acaba el crédito, se llevan el carro, y el colegio y profesores serán solo un recuerdo. Le hubiera demostrado más atención a sus hijos siendo más precavido, ahorrando para imprevistos, y viviendo acorde a sus posibilidades.
A eso juega el gobierno HIL. Se las da de muy social, pero en realidad arriesga el futuro del país y, sobre todo, el bienestar de los más pobres. Ellos son los primeros en sufrir las crisis económicas que la imprudencia ocasiona.
El Gobierno ya hace planes de un enorme gasto público para el próximo año basado en imprudentes predicciones del precio y producción de petróleo. ¿Cuántos de esos más de 15 mil millones de dólares buscarán un sincero fin social y cuántos un populista fin electoral? ¿Cuánto de ese presupuesto irá directamente a los pobres y cuánto a la burocracia especialista en malgastar nuestra plata? ¿Y si ocurre algún imprevisto?
Si algo sucede y nos quedamos sin plata para pagar la deuda y la gigantesca burocracia, no hay problema. El Gobierno simplemente resucitaría la maquinita de hacer billetes. La aspiración HIL se haría realidad por completo: chao dolarización. Dirán que para mantener los programas sociales (o sea para seguir pagando sueldos públicos) debemos regresar a una moneda local.
Y así, mientras se pueda mantener el despilfarro, el gobierno HIL celebrará su economía HIL. Hasta que inevitablemente deba intervenir uno de esos aburridos economistas ortodoxos y prudentes para solucionar todo el desastre.
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