Francisco Febres Cordero
A mí me da una enorme, indefinible, intransmitible, intransferible tranquilidad saber, de boca del excelentísimo señor Presidente de la República, que todos (o casi) tenemos un zapato en el cerebro. Y el otro zapato tal vez ha de estar en el otro cerebro, porque, como los pulmones, los riñones, los ojos y los hígados, los cerebros también son dos. Eso último, claro, no lo dijo el excelentísimo señor presidente de la República, sino que, clínicamente, lo anoto yo.
Lo cierto es que escuchar al excelentísimo señor Presidente de la República en sus enlaces sabatinos de los sábados me devuelve la autoestima. Es que, francamente, gracias a sus preclaras palabras descubro que no soy solo yo el bruto que tiene un zapato en el cerebro, como creo para mis adentros, sino que el país está lleno de otros tan brutos como yo, de estúpidos que siempre hacemos mal las cosas, de mediocres que no hemos estudiado o, si hemos estudiado, hemos entendido poco o nada lo poco que hemos estudiado.
¡Qué paz espiritual que me produce eso! Qué feliz me siento al saber que no soy ni más ni menos bruto que los otros: estoy dentro del promedio bruto per cápita y por eso me equivoco tanto y tan seguido, interpreto todo al revés, digo una cosa por otra, nombro con otros nombres a las cosas, creo que tengo razón cuando la razón está exactamente en sentido contrario, hablo sin estar preparado, y así. O sea.
Y yo decía bueno, tal vez he de ser tan bestia porque soy periodista, en vista de que todos ellos son los más bestias entre los bestias. Pero no: poco a poco ha ido aclarándose, de boca del excelentísimo señor Presidente de la República, que también los bestias son los economistas, los abogados, los médicos, los ingeñeros, los choferes, las secretarias y, en fin, todos esos mediocres, incapaces de ejercer su profesión u oficio con una elemental solvencia, dada su enorme, inconmensurable imbecilidad.
¿No cierto que sí es para tranquilizarse comprobar, cada sábado, que uno es igual de inepto que los otros y no ni más ni menos? O sea es como en esos partidos de fútbol en que uno entra a la cancha con la seguridad de que va a perder, y queda empates. ¡Uff!
Lo que me parece mejor todavía es que, a lo largo de las sabatinas de los sábados, he ido aprendiendo a reconocer que así como yo pertenezco al territorio de los imbéciles, hay unos escogidos que pertenecen al territorio de los sabios. Muy pocos, pero hay. O sea ahí habitan máximo dos: el excelentísimo señor Presidente de la República y, a veces, Eloy Alfaro. Ellos creo que son tan sabios porque se educaron en Bélgica, el uno. Pero se casaron con Ana, los dos. Lo cierto es que ambos brillan con luz propia. Jamás de los jamases son mediocres ni tienen un zapato en el cerebro ni usan el pelo largo, ni son enanos (bueno, Alfaro por suerte es ahora más o menos del mismo tamaño del Correa, porque ha ido creciendo en la historia).
Pero, salvo ellos, los demás somos todos iguales: unas piltrafas, poca cosa, ignorantes, pobres hombres, carentes de calidad moral, majaderos, mentirosos. ¡Todos igualitos! ¡Qué alivio!
Lo cierto es que escuchar al excelentísimo señor Presidente de la República en sus enlaces sabatinos de los sábados me devuelve la autoestima. Es que, francamente, gracias a sus preclaras palabras descubro que no soy solo yo el bruto que tiene un zapato en el cerebro, como creo para mis adentros, sino que el país está lleno de otros tan brutos como yo, de estúpidos que siempre hacemos mal las cosas, de mediocres que no hemos estudiado o, si hemos estudiado, hemos entendido poco o nada lo poco que hemos estudiado.
¡Qué paz espiritual que me produce eso! Qué feliz me siento al saber que no soy ni más ni menos bruto que los otros: estoy dentro del promedio bruto per cápita y por eso me equivoco tanto y tan seguido, interpreto todo al revés, digo una cosa por otra, nombro con otros nombres a las cosas, creo que tengo razón cuando la razón está exactamente en sentido contrario, hablo sin estar preparado, y así. O sea.
Y yo decía bueno, tal vez he de ser tan bestia porque soy periodista, en vista de que todos ellos son los más bestias entre los bestias. Pero no: poco a poco ha ido aclarándose, de boca del excelentísimo señor Presidente de la República, que también los bestias son los economistas, los abogados, los médicos, los ingeñeros, los choferes, las secretarias y, en fin, todos esos mediocres, incapaces de ejercer su profesión u oficio con una elemental solvencia, dada su enorme, inconmensurable imbecilidad.
¿No cierto que sí es para tranquilizarse comprobar, cada sábado, que uno es igual de inepto que los otros y no ni más ni menos? O sea es como en esos partidos de fútbol en que uno entra a la cancha con la seguridad de que va a perder, y queda empates. ¡Uff!
Lo que me parece mejor todavía es que, a lo largo de las sabatinas de los sábados, he ido aprendiendo a reconocer que así como yo pertenezco al territorio de los imbéciles, hay unos escogidos que pertenecen al territorio de los sabios. Muy pocos, pero hay. O sea ahí habitan máximo dos: el excelentísimo señor Presidente de la República y, a veces, Eloy Alfaro. Ellos creo que son tan sabios porque se educaron en Bélgica, el uno. Pero se casaron con Ana, los dos. Lo cierto es que ambos brillan con luz propia. Jamás de los jamases son mediocres ni tienen un zapato en el cerebro ni usan el pelo largo, ni son enanos (bueno, Alfaro por suerte es ahora más o menos del mismo tamaño del Correa, porque ha ido creciendo en la historia).
Pero, salvo ellos, los demás somos todos iguales: unas piltrafas, poca cosa, ignorantes, pobres hombres, carentes de calidad moral, majaderos, mentirosos. ¡Todos igualitos! ¡Qué alivio!
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