viernes, 28 de marzo de 2008

En taxi destartalado

Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Yo rompo la ley casi a diario: utilizo los servicios de una empresa “ilegal” de taxi amigo.
El otro día, en medio aguacero, me tocó usar el primer taxi amarillo que se me cruzó en el camino. Grave error.
El taxi era unos de esos Lada que se desarman. Llantas lisas, ventanas que no cierran, limpiaparabrisas inservibles, olor intenso a gas, tubo de escape como chimenea, y todo un zoológico de muñecos de peluche colgando del espejo retrovisor roto. Subíamos las Lomas de Urdesa donde se había formado una cola de vehículos. El motor del taxi tosía y echaba humo mientras el conductor frenaba y aceleraba intentando subir. De repente, el motor se apagó. Después de varios intentos el taxista logró encender el carro en medio de una nube negra de humo. “Esto ya no sube más”, me dijo. Me tocó caminar el último tramo hasta mi casa bajo el aguacero, mientras pensaba que eso nunca me hubiera pasado si tomaba el servicio “ilegal” de un taxi amigo.
Me he acordado de esta anécdota, mientras leo las declaraciones del Presidente de la Federación Nacional de Taxistas, quien está indignado ante la posibilidad de que se legalice a los taxi amigos. El representante dice que los taxis amarillos cumplen “con todo lo que dice la ley”. Seguramente las llantas lisas, la ausencia de espejos, el tanque de gas en el baúl y los cinturones de seguridad falsos del taxi en el que me trepé, y en muchos más que circulan en Guayaquil, le parecen un detalle secundario, nada que pueda afectar la seguridad del pasajero o que vaya en contra de las normas de tránsito.
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