Alfonso Oramas Gross
Claro, si la Asamblea estuviese realmente acorde con las necesidades de los tiempos, si efectivamente quería ser innovadora, si pretendía estar con las formas de expresión de los jóvenes, en lugar de haber discutido tanto tiempo acerca de que si el quichua era o no considerado como idioma oficial del Ecuador, para decidir finalmente que, efectivamente, lo era pero solo de “relación intercultural”, la Asamblea, que felizmente llega a su término, debería haber decidido otra cosa.
Muy simple, por cierto. Debió haber incorporado el chateo como forma libre de expresión alternativa, obligando a los ecuatorianos a su aprendizaje forzoso, de forma que incluso facilite la comunicación entre las distintas generaciones. ¿Qué hubiesen pensado los niños y jóvenes de este país con una decisión de ese tipo? Pues que al fin los políticos ecuatorianos, esa especie de bichos raros con los cuales se sienten tan poco identificados, se hubiesen convertido en revolucionarios del lenguaje, verdaderos impulsores de un cambio amplio y funcional. Pero ¿qué resolvieron en su lugar los asambleístas?: discutir del quichua, ese lenguaje que aseguran tiene tanta relevancia desde el punto de vista histórico y cultural, no solo desde la perspectiva indígena, sino también para todo el país mestizo, cuyas raíces no deben ser nunca olvidadas.
Hay quienes piensan que existen otras formas notables de rescatar las raíces y una de esas hubiese sido la de volver a escribir la historia de este país, desterrando tantos mitos que se han forjado, como del inventado Reino de Quito a la conversión del valiente Abdón Calderón en superhéroe con poderes sobrenaturales. No es como tanto se ha pregonado, que lo que importa es lo que viene y que tal como nos han repetido, la historia real está recién por comenzar. En efecto, el relato de la historia de este país está, en múltiples ocasiones, plagado de tantas omisiones y exabruptos que incluso nos ha impedido aceptar y conocer las dificultades que ha tenido el Ecuador para ser realmente una nación, no solo con los ímpetus y los discursos de un sector étnico, sino con todo lo que significa realmente la búsqueda permanente de identidad desde un punto de vista nacional.
Por eso insisto en que hubiese preferido el chateo como lenguaje alternativo. Ya está comprobado que el uso del chateo no desvirtúa el lenguaje, sino que lo potencia, y aunque parezca un chiste, se dice que sirve para comunicarse más, pensar más, “en lugar de perder el tiempo en la parte mecánica de escribir”; es decir, contrariamente a lo que muchos hemos pensado, que con el chateo se está destruyendo el lenguaje, contribuye a una comunicación más fluida, sumándose a la forma hablada y escrita, la de la inmediatez de la palabra. Vean ustedes lo breve y entretenida que hubiese sido la discusión sobre el quichua, si la Asamblea utilizaba el chateo en sus comunicaciones internas, al punto que incluso hubiese podido mejorar la comunicación entre los asambleístas. De esa forma, si Mónica Chuji decía: “Si no ponen l kichua m voy a m ksa”, se le podía responder: “No cas engreída q eres nuestra bf”.
Existen otras formas notables de rescatar las raíces y una de esas hubiese sido la de volver a escribir la historia de este país.
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SÁBADO 26 de julio del 2008 Guayaquil, Ecuador
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