Fernando Balseca
Los responsables de la buena marcha de un conjunto habitacional envían una circular en la que “se convoca a las (los) señoras / señoritas / señores copropietarias(os)” para que asistan a una reunión. La notificación hace gala de esta extraña escritura al añadir: “Las y los copropietarias(os)…”, con lo que llega a leerse ¡los copropietarias! Por su parte, el martes que pasó, una columnista de opinión del primer diario público repite esta fórmula: “Estos/as jóvenes a menudo jefes/as de hogar”, “¿por qué la mayoría de ecuatorianos/as no somos millonarios/as?”. Y así, sin empacho, como si los lectores fuésemos tontos. Hasta una autoridad de gobierno tartamudea cuando reitera, en un solo minuto, la cifra récord de cinco muletillas tales como “las maestras y los maestros”, “los jóvenes y las jóvenes”, “los adolescentes y las adolescentes”, con el pretexto de visibilizar a las mujeres.
¿En nombre de qué o quién nos permitimos enrarecer el habla y la escritura y, así, confundir con los mensajes que queremos transmitir? ¿Hasta cuándo –acaso aduciendo la libertad de expresión– permitimos que se maltrate al idioma con semejante grado de indecencia? ¿Cuándo, al fin, se escribirán con claridad expositiva, puntuación precisa y sintaxis acertada un texto académico, un artículo periodístico, un instructivo del sector público, un formulario, un manual de educación básica, un llamado a asamblea barrial, un correo electrónico, un letrero comercial y un discurso oficial? ¿Por qué toleramos la desfachatez de expresiones como la andrógina “l@s” entre personas que dizque subrayan la diferencia? Mantener la correcta estructura del lenguaje es la base para sostener la estructura social que compartimos con tanto denuedo.
Estas aberraciones han aparecido debido a una pésima interpretación de la supuesta condición sexista de la lengua española, empezando por la palabra género, una muy mala traducción del inglés gender que se está entronizando hasta en las universidades, que ahora sorprenden con “enfoques de género” y “estudios de género”, confundiendo la realidad verbal con la realidad sexual. En La gramática descomplicada, Álex Grijelmo asegura: “El género es un fenómeno gramatical y exclusivamente gramatical. La realidad y la gramática no van siempre parejas. Existe, sí, una realidad gramatical que tiene su lógica interna y guarda ciertas reglas”. Y en Saber escribir, del Instituto Cervantes, se afirma: “El género masculino en plural expresa persona o personas de ambos sexos”, por lo que aquella insistencia de “los y las” es innecesaria pues los contextos nos ubican acerca de lo que estamos hablando.
No es dable, ciertamente, que por medio de leyes un gobierno fuerce a la población a hablar y escribir con la mayor corrección posible. Pero, al menos, quienes han asumido la responsabilidad de difundir pensamiento, y se han autorizado a dirigirse a un público amplio, deben esforzarse por conseguir una comunicación clara, que reafirme el propósito de compartir eficaz y productivamente las ideas. Los enredos lingüísticos estrafalarios son antidemocráticos porque otorgan un indebido poder a quien los profiere, pues deja mudos a los interlocutores que no pueden solicitar aclaración alguna. Se trata, entonces, de aceptar el pedido de Miguel de Cervantes, quien exigía llaneza para hablar y escribir con palabras apropiadas y sintaxis adecuada. Justamente en esa sencillez se distingue a la persona discreta y sabia.
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