Alberto Barrera Tyszka
¿Quién se puede gastar USD264.000 al año en prendas de vestir? ¡Un rico! ¿Quién más? Un rico de verdad, con un fajo de billetes en la mano, que no mira los precios de los productos que desea comprar. ¿Cuántos pantalones caben en esa cifra? ¿Cuántas camisas? Con esa cantidad, de seguro, se podría arreglar alguna sala de emergencia del algún hospital. Sin duda, hay que ser muy rico para disponer de tantos sueldos mínimos frente a una vitrina.
¿Quién tiene un presupuesto de USD18.500 al año en calzado? ¡Un millonario! Obviamente. Alguien que casi puede ponerse un par de zapatos distintos cada día. Y con ese dineral, por supuesto que no estamos hablando de cotizas compradas en el mercado de Dabajuro. Ni de unas patrióticas chancletas Lord Nelson, de plástico grueso y de color carey. Esos zapatos con tantos ceros se hacen en Italia, en Francia, en Inglaterra' no se pueden pagar con la regulación oficial. Las cuotas de Cadivi no dan ni para los cordones.
Hay más: ¿qué clase de persona puede invertir cada año casi USD150.000 en champú, en cremitas, en desodorante o en perfume? Pues, cómo decirlo, una persona algo exquisita, probablemente una persona delicada, muy pendiente de su aspecto' pero bien, de seguro, ricachona, claro está, con suficiente dinero como para rociárselo encima cada mañana.
Supongo que a estas alturas el lector ya debe al menos sospechar que simplemente estoy estrujando un poco el presupuesto de gastos personales de la Presidencia de la República para el 2010. Según una información, basada a los datos aprobados por la Asamblea Nacional y aparecida en The Miami Herald, los gastos personales del Presidente, para este año, tienen un incremento de 600% y superan el presupuesto asignado para el Ministerio de Cultura. ¿Alguien habló de los museos? La historia tiene otras prioridades.
A cualquiera se le arruga la cédula y la dignidad cuando escucha al Presidente decir que ser rico es “una maldición”, “una perversión humana”. Su presupuesto personal calcula que este año, nada más en agencias de festejos, gastará casi USD 3 millones. Maldita perversión.
El procedimiento es sencillo pero eficaz: Chávez ha convertido la riqueza en un problema moral. La de los otros es un pecado. La suya es un santo milagro. Ese es su mayor éxito: él es la representación del pueblo y, por tanto, la única riqueza legítima que puede existir en el país es la suya. El logro mayor de esta supuesta revolución no está en las condiciones objetivas de la realidad sino en el territorio de los símbolos, de las representaciones. Todas las riquezas son ilegales, espurias, excepto la de Chávez. Se trata de un cambio aparentemente diminuto pero definitivo: Sacralizar el saqueo.
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