Emilio Palacio
¿Han visitado alguna de las casas de tragamonedas que pululan en Guayaquil? Deberían hacerlo. Lo primero que llama la atención es que allí no hay gente rica. Al menos es lo que yo esperaba encontrar y me equivoqué. Están llenas de obreros, mujeres mayores de escasos recursos y adolescentes, que van allí a dejar las pocas monedas que les quedan. No apuestan uno o dos dólares sino su vida, tratando inútilmente de cambiarla por un sueño que jamás alcanzarán.
Los que manejan este negocio no tienen escrúpulos. Saben que sus clientes nunca ganarán un centavo. El “servicio” que ofrecen es exprimirles el bolsillo para dejarlos más pobres que nunca. Por eso hay tragamonedas hasta en los barrios marginales. Allá, en los extramuros de la ciudad, entre el lodo y la caña de la tienda del barrio, es frecuente observar a niñitos apostando una monedita de diez centavos para luego alejarse con su carita de tristeza y decepción.
Pues bien, Pierina Correa, la hermana del Presidente, reconoce ahora haber recibido un lindo automóvil, material de propaganda y abundante papelería como regalo de una de estas empresas. Su amistad con esta gente es de tal calibre que hasta el cumpleaños le celebraron, con mariachis y todo.
Pierina fue candidata a la Prefectura del Guayas. Para conseguir votos, se hizo fotografiar con el Primer Mandatario, abrazándolo y descansando su cabeza en su pecho, mientras aseguraba que como ñañita sería la “intermediaria” del Presidente con los alcaldes y habitantes de la provincia.
Pierina perdió las elecciones pero al poco tiempo se cambió a Pelucolandia, a una hermosa residencia en el barrio de las oligarquías guayaquileñas (es decir Alexis Mera, Vinicio Alvarado o Rolando Panchana). Aunque el carro que le regalaron pertenece a su fundación (¿hay diferencia?), casi todas las noches se lo ve estacionado afuera.
Yo me pregunto si el Primer Mandatario, que “nunca” supo de los cien millones de dólares en contratos del Estado de su otro hermano, Fabricio; que defendió fervorosamente a su queridísimo profesor que cobraba diezmos en la Superintendencia de Compañías; que juró y requetejuró que Ignacio Chauvín, el hombre de la “merca”, era inocente; que acusó a la prensa de mentirosa cuando destapó la corrupción en el Ministerio de Deportes; que puso sus manos al fuego por Ricardo Patiño luego de que este se reunió en secreto con especuladores de la deuda externa; ese mismo Primer Mandatario, pregunto yo, ¿tampoco supo que una empresa de tragamonedas ayudaba a financiar la campaña electoral de su hermanita?
El Contralor de la República, que por fin recuperó la voz, luego de tres años de una afonía crónica, lo acaba de decir: “La corrupción en este país está al borde de lo tolerable”. Nunca en toda la historia del Ecuador dispusimos de tanto dinero, y aun así no hay empleo, las calles están llenas de delincuentes y los hospitales son una miseria. ¿Dónde fue a dar toda esa plata? Poco a poco lo comenzamos a descubrir. El velo de la corrupción se descorre lentamente para mostrarnos un espectáculo lamentable, ante el cual solo podemos decir con vergüenza, tristeza y rabia: Prohibido olvidar; prohibido olvidar.
Los que manejan este negocio no tienen escrúpulos. Saben que sus clientes nunca ganarán un centavo. El “servicio” que ofrecen es exprimirles el bolsillo para dejarlos más pobres que nunca. Por eso hay tragamonedas hasta en los barrios marginales. Allá, en los extramuros de la ciudad, entre el lodo y la caña de la tienda del barrio, es frecuente observar a niñitos apostando una monedita de diez centavos para luego alejarse con su carita de tristeza y decepción.
Pues bien, Pierina Correa, la hermana del Presidente, reconoce ahora haber recibido un lindo automóvil, material de propaganda y abundante papelería como regalo de una de estas empresas. Su amistad con esta gente es de tal calibre que hasta el cumpleaños le celebraron, con mariachis y todo.
Pierina fue candidata a la Prefectura del Guayas. Para conseguir votos, se hizo fotografiar con el Primer Mandatario, abrazándolo y descansando su cabeza en su pecho, mientras aseguraba que como ñañita sería la “intermediaria” del Presidente con los alcaldes y habitantes de la provincia.
Pierina perdió las elecciones pero al poco tiempo se cambió a Pelucolandia, a una hermosa residencia en el barrio de las oligarquías guayaquileñas (es decir Alexis Mera, Vinicio Alvarado o Rolando Panchana). Aunque el carro que le regalaron pertenece a su fundación (¿hay diferencia?), casi todas las noches se lo ve estacionado afuera.
Yo me pregunto si el Primer Mandatario, que “nunca” supo de los cien millones de dólares en contratos del Estado de su otro hermano, Fabricio; que defendió fervorosamente a su queridísimo profesor que cobraba diezmos en la Superintendencia de Compañías; que juró y requetejuró que Ignacio Chauvín, el hombre de la “merca”, era inocente; que acusó a la prensa de mentirosa cuando destapó la corrupción en el Ministerio de Deportes; que puso sus manos al fuego por Ricardo Patiño luego de que este se reunió en secreto con especuladores de la deuda externa; ese mismo Primer Mandatario, pregunto yo, ¿tampoco supo que una empresa de tragamonedas ayudaba a financiar la campaña electoral de su hermanita?
El Contralor de la República, que por fin recuperó la voz, luego de tres años de una afonía crónica, lo acaba de decir: “La corrupción en este país está al borde de lo tolerable”. Nunca en toda la historia del Ecuador dispusimos de tanto dinero, y aun así no hay empleo, las calles están llenas de delincuentes y los hospitales son una miseria. ¿Dónde fue a dar toda esa plata? Poco a poco lo comenzamos a descubrir. El velo de la corrupción se descorre lentamente para mostrarnos un espectáculo lamentable, ante el cual solo podemos decir con vergüenza, tristeza y rabia: Prohibido olvidar; prohibido olvidar.
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