Emilio Palacio
Muy fino para vender pollosLas universidades están pasando por la misma experiencia de tantos otros sectores que creyeron que los insultos de Correa no eran con ellos, y que si agachaban un poquito la cabeza, la tormenta pasaría sin tomarlos en cuenta. Lo mismo creyeron los indios, los maestros, algunas iglesias y los trabajadores públicos, y vean cómo les fue. Lo mismo siguen creyendo los vendedores ambulantes, las cámaras de la producción, ciertos medios de comunicación y los uniformados.
Decía que ahora le tocó el turno a las universidades, así que la mayoría –no todas– han abandonado su cobardía para asumir una postura digna, comenzando por el rector de la Universidad Católica de Guayaquil, al que alguna vez critiqué con dureza. Hoy aplaudo de pie su coraje por haberle dicho a Correa lo que nadie se atrevió. Gente así hace falta.
Los estudiantes de las universidades estatales de Quito y Guayaquil y de la Escuela Politécnica Nacional no se han quedado atrás. Cuando Correa mandó a sus guardaespaldas para que pateen a los estudiantes de la Católica, se comieron el cuento de que eran “pelucones” y miraron para otro lado; pero ahora le reclaman al Presidente casi exactamente con las mismas palabras. ¿Le tenderán la mano a los estudiantes de la Católica para juntar esfuerzos, o seguirán creyendo que cada uno debe ir por su lado?
Nadie cree que tengamos las mejores universidades, pero eso no le da derecho al Gran Insultador a faltarle el respeto a profesionales, maestros y estudiantes que entregan muchos de ellos lo mejor de sí. Tomemos el ejemplo de ese profesor universitario que vendía pollos en las mañanas y en las noches le trataba de enseñar algo al Presidente. Lo que no dijo Correa es que, seguramente, a ese maestro el sueldo no le alcanzaba –como todavía ocurre– pero, además, ahora resulta que el Gran Insultador es demasiado fino, así que para él vender pollos es indigno. Yo recuerdo a un compañero de colegio cuyo padre vendía gallinas. Su hijo, que lo ayudaba, fue uno de los mejores alumnos de mi promoción y hoy es un ingeniero de prestigio y un profesional exitoso. Sus padres se sentirán muy orgullosos de él.
A la Universidad de Guayaquil la destruyeron décadas de gobiernos corruptos. Para cambiarla, lo que hace falta no son insultos de un nuevo Presidente cuyo hermano lo acusa de toda suerte de barbaridades, sino recursos y un nuevo marco legal discutido democráticamente. Este Gobierno y sus levantamanos no tienen autoridad moral ni política para emprender ese esfuerzo. Si los dejamos, harán con nuestros centros de educación superior lo mismo que con la delincuencia, es decir, agravarán el problema.
Vivan entonces las universidades, que se han incorporado al enorme torrente de ciudadanos que quiere impedir que el país se vaya al abismo. Juntémonos a la marcha que han convocado para el próximo miércoles 21 de octubre. Con su ejemplo, muchísimos otros ecuatorianos entenderán que aquí no se salva nadie, a menos que Correa renuncie, y que en todo caso le entregue la posta a Lenin Moreno, que al menos emplea un lenguaje civilizado.
Decía que ahora le tocó el turno a las universidades, así que la mayoría –no todas– han abandonado su cobardía para asumir una postura digna, comenzando por el rector de la Universidad Católica de Guayaquil, al que alguna vez critiqué con dureza. Hoy aplaudo de pie su coraje por haberle dicho a Correa lo que nadie se atrevió. Gente así hace falta.
Los estudiantes de las universidades estatales de Quito y Guayaquil y de la Escuela Politécnica Nacional no se han quedado atrás. Cuando Correa mandó a sus guardaespaldas para que pateen a los estudiantes de la Católica, se comieron el cuento de que eran “pelucones” y miraron para otro lado; pero ahora le reclaman al Presidente casi exactamente con las mismas palabras. ¿Le tenderán la mano a los estudiantes de la Católica para juntar esfuerzos, o seguirán creyendo que cada uno debe ir por su lado?
Nadie cree que tengamos las mejores universidades, pero eso no le da derecho al Gran Insultador a faltarle el respeto a profesionales, maestros y estudiantes que entregan muchos de ellos lo mejor de sí. Tomemos el ejemplo de ese profesor universitario que vendía pollos en las mañanas y en las noches le trataba de enseñar algo al Presidente. Lo que no dijo Correa es que, seguramente, a ese maestro el sueldo no le alcanzaba –como todavía ocurre– pero, además, ahora resulta que el Gran Insultador es demasiado fino, así que para él vender pollos es indigno. Yo recuerdo a un compañero de colegio cuyo padre vendía gallinas. Su hijo, que lo ayudaba, fue uno de los mejores alumnos de mi promoción y hoy es un ingeniero de prestigio y un profesional exitoso. Sus padres se sentirán muy orgullosos de él.
A la Universidad de Guayaquil la destruyeron décadas de gobiernos corruptos. Para cambiarla, lo que hace falta no son insultos de un nuevo Presidente cuyo hermano lo acusa de toda suerte de barbaridades, sino recursos y un nuevo marco legal discutido democráticamente. Este Gobierno y sus levantamanos no tienen autoridad moral ni política para emprender ese esfuerzo. Si los dejamos, harán con nuestros centros de educación superior lo mismo que con la delincuencia, es decir, agravarán el problema.
Vivan entonces las universidades, que se han incorporado al enorme torrente de ciudadanos que quiere impedir que el país se vaya al abismo. Juntémonos a la marcha que han convocado para el próximo miércoles 21 de octubre. Con su ejemplo, muchísimos otros ecuatorianos entenderán que aquí no se salva nadie, a menos que Correa renuncie, y que en todo caso le entregue la posta a Lenin Moreno, que al menos emplea un lenguaje civilizado.
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