Emilio Palacio
Ayer por la mañana salí a desfilar con las universidades. No hubo show ni parafernalia, como en las marchas del Gobierno. No vi esas pantallas gigantes que tanto le gustan a la Revolución Ciudadana. Y sobre todo, los oradores no exhibían guardaespaldas. Pero eso sí, hubo muchísima gente; estudiantes, trabajadores y maestros que salieron sin miedo a exigirle al Presidente que ni se le ocurra pisotear la autonomía de los centros de educación superior.
La noche anterior algunos de esos jóvenes no pudieron viajar a Quito. El Gobierno, que sí tiene miedo, hizo retener los buses, así que se vinieron a la marcha en Guayaquil.
-“Mi esposa, que es profesora, no pudo venir de Milagro. Los policías los detuvieron. Pero aquí estoy yo, para representarla”, me dijo un señor.
-“Yo soy de la Católica y creo que habría que declarar a Correa persona no grata por la manera en que nos insultó”, me pidió que les contase una dama.
-“Somos un grupo de amigos que queremos recoger firmas para pedir la revocatoria del mandato del Presidente; ¿usted conoce genteque ande en lo mismo?”, me preguntaron cinco o seis ciudadanos que dijeron estar preocupados por el país.
-“Estudié Agronomía pero no tengo trabajo desde hace seis meses, don Emilio; mi esposa es maestra rural y a veces la acompaño, y sé lo que le digo: el campo está paralizado”, escuché decir a un jovencito, al que casi se le quebró la voz, no sé si de angustia o de rabia.
Aun así, lo confieso, mi corazón rebosaba de entusiasmo al ver las banderas de la Universidad Católica junto a las de la Universidad de Guayaquil, de la Politécnica, la Ecotec y la Casa Grande. Aniñados, cholos, pelucones, derecha, centro e izquierda, no dejaron de lado sus diferencias, pero se unieron para enfrentar a un Presidente que pretende amordazar hasta el pensamiento.
Alguien contó en ese momento que en Quito la marcha había sido multitudinaria, y que al sur de la ciudad los estudiantes de la Universidad Agraria también habían salido a protestar. Mientras tanto, un grupo de chicos brincaba y cantaba entusiasmado: “El que no salta es Correa”.
Hacia el mediodía me retiré a preparar este artículo. Pensaba escribir que lo único que todavía sostiene a Correa –cuya credibilidad se está derrumbando– es el miedo de la gente. Pero en ese momento me di cuenta de mi error, porque el que ahora tiene miedo es él. Ayer abandonó Quito para no dar cara a los miles y miles que llegaron al Palacio de Carondelet a gritar “llorón de Lovaina”, como rezaba un cartel que todos pudimos ver.
Ahora me disculpan, pero debo concluir; porque en un instante más me iré al lanzamiento del libro de Carlos Vera, mi amigo periodista que ha decidido dejar nuestra profesión para ingresar a la política electoral. Respeto su decisión, pero no es por eso que lo acompañaré, sino porque ha sido un periodista valiente al que este Gobierno quiso callar y no pudo.
No sé si Carlos, Jorge Ortiz, Jorge Vivanco, Carlos Jijón, Alfredo Pinoargote, Diego Oquendo o Juan Carlos Calderón lo sepan, pero ya no están solos. Ahora los valientes son miles, centenares de miles, y dentro de poco serán millones. El ex estudiante de Lovaina, mientras tanto, se está quedando solo, muy solo.
La noche anterior algunos de esos jóvenes no pudieron viajar a Quito. El Gobierno, que sí tiene miedo, hizo retener los buses, así que se vinieron a la marcha en Guayaquil.
-“Mi esposa, que es profesora, no pudo venir de Milagro. Los policías los detuvieron. Pero aquí estoy yo, para representarla”, me dijo un señor.
-“Yo soy de la Católica y creo que habría que declarar a Correa persona no grata por la manera en que nos insultó”, me pidió que les contase una dama.
-“Somos un grupo de amigos que queremos recoger firmas para pedir la revocatoria del mandato del Presidente; ¿usted conoce genteque ande en lo mismo?”, me preguntaron cinco o seis ciudadanos que dijeron estar preocupados por el país.
-“Estudié Agronomía pero no tengo trabajo desde hace seis meses, don Emilio; mi esposa es maestra rural y a veces la acompaño, y sé lo que le digo: el campo está paralizado”, escuché decir a un jovencito, al que casi se le quebró la voz, no sé si de angustia o de rabia.
Aun así, lo confieso, mi corazón rebosaba de entusiasmo al ver las banderas de la Universidad Católica junto a las de la Universidad de Guayaquil, de la Politécnica, la Ecotec y la Casa Grande. Aniñados, cholos, pelucones, derecha, centro e izquierda, no dejaron de lado sus diferencias, pero se unieron para enfrentar a un Presidente que pretende amordazar hasta el pensamiento.
Alguien contó en ese momento que en Quito la marcha había sido multitudinaria, y que al sur de la ciudad los estudiantes de la Universidad Agraria también habían salido a protestar. Mientras tanto, un grupo de chicos brincaba y cantaba entusiasmado: “El que no salta es Correa”.
Hacia el mediodía me retiré a preparar este artículo. Pensaba escribir que lo único que todavía sostiene a Correa –cuya credibilidad se está derrumbando– es el miedo de la gente. Pero en ese momento me di cuenta de mi error, porque el que ahora tiene miedo es él. Ayer abandonó Quito para no dar cara a los miles y miles que llegaron al Palacio de Carondelet a gritar “llorón de Lovaina”, como rezaba un cartel que todos pudimos ver.
Ahora me disculpan, pero debo concluir; porque en un instante más me iré al lanzamiento del libro de Carlos Vera, mi amigo periodista que ha decidido dejar nuestra profesión para ingresar a la política electoral. Respeto su decisión, pero no es por eso que lo acompañaré, sino porque ha sido un periodista valiente al que este Gobierno quiso callar y no pudo.
No sé si Carlos, Jorge Ortiz, Jorge Vivanco, Carlos Jijón, Alfredo Pinoargote, Diego Oquendo o Juan Carlos Calderón lo sepan, pero ya no están solos. Ahora los valientes son miles, centenares de miles, y dentro de poco serán millones. El ex estudiante de Lovaina, mientras tanto, se está quedando solo, muy solo.
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