Embarcose S.M. en el veloz Legacy y fuese a Carabobo a firmar la adhesión, que ya había sido ordenada y anunciada por el Comandante Bolivariano, de que el país de Manuelita se juntara a los otros comandantes de la Alba, mientras el Consejo de los Guardianes discutía profundamente sobre el destino de Dragon Balls y de Homero Simpson, considerados de gran peligrosidad para la revolución ciudadana, que es del orden de lo tierno, lo pacífico, lo verde y lo rosado. Desde sus inicios, la dulce revolución había eliminado las bandas de guerra de los colegios do estudian los hombres y las mujeres del mañana, para que estos desfilaran al son de sanjuanitos, albazos, tonadas, yaravis, pasacalles, danzantes y otras músicas que les alejaran de los ritmos marciales e imperiales, como el rock, los Beatles, los Jacksons, Madonas y demás pervertidos. De pronto, surca el aire de Carabobo la última generación de aviones supersónicos y el más sofisticado arsenal de propiedad del Comandante que nos guía ante los ojos abismados de S.M. y de los otros jefes, que parecían, los Bresnev, los Krusovs, los Kim il Sung, los Ceusesku que habían resucitado. El Comandante, entonces, regaló a S.M. los últimos catálogos de las tiendas en las que se pueden comprar estos juguetes con tarjetas de crédito a tres meses sin intereses, para que le mande a comprar a Javier, el poeta.
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