Emilio Palacio
El lunes, Gabriela Pazmiño se presentó, toda sonrisas, ante las cámaras de TC (uno de los canales de televisión del Gobierno) y exclamó entusiasmada: “Desayuné en Carondelet y les tengo un chisme buenísimo del Presidente”.
A los pocos minutos se corrigió. Dijo que mejor no contaba nada “porque después me despiden”.
Gabriela había estado en el Palacio de Gobierno el viernes, cuando doce asambleístas de la vieja partidocracia, incluyendo el matrimonio Bucaram-Pazmiño, desayunaron cordialmente con Rafael Correa para llegar a un acuerdo político.
También estuvieron Fernando Bustamante (el de las “percepciones” que asesinan y roban), Ricardo Patiño (director y actor de los Pativideos), Eduardo Paredes (acusado de acosador sexual) y Fernando Cordero (el mago de Montecristi que hizo aparecer artículos de la nada).
Al día siguiente, sábado, a Correa se le fue la lengua y en su programa radial confirmó el encuentro. Contó “para que se pongan bravísimos los grupos de poder” que “ya tengo más de 70 asambleístas”.
(“Ya tengo” 70 asambleístas; el mismo lenguaje de patrón de hacienda del anterior dueño del país).
El domingo, al ver que el Presidente no guardaba ninguna cautela, Alfredo Ortiz, jefe de los 12 asambleístas recién convertidos, se extendió en los detalles del pacto con la prensa.
Contó que se había quejado con el Presidente de que “la gente de PAIS se vuelve como dueña de los puestos y de los espacios, y no quiere abrir diálogos con nadie”. En otras palabras, no reparten troncha.
Correa le dio la razón y reconoció que “hay compañeritos a nivel de provincia que todavía son bien amarradores”.
Más claro, imposible: “Ya tengo 70 asambleístas”, a pesar del boicot de los “compañeritos amarradores”, pero eso va a cambiar porque les voy a parar el carro a los “compañeritos” que se creen “dueños de los puestos”.
Entonces comenzaron los problemas. El lunes, Gabriela, indiscreta, reveló el encuentro. La prensa “corrupta”, mientras tanto, les recordó a los lectores que Alfredo Ortiz tenía más de una década en política, y que votó contra la Constitución de Montecristi por “centralista, abortista, radical y en extremo conservacionista, radical e hiperpresidencialista”.
El martes, asimismo, los maestros anunciaron un plan de lucha para defender a los docentes que no concurrieron a la “evaluación” de Raúl Vallejo (que necesitará miles de “puestos” para repartir a los doce nuevos aliados del Gobierno).
Y ese mismo día, centenares de estudiantes, profesores y empleados universitarios rodearon el Ministerio del Litoral en Guayaquil y paralizaron el tráfico. En algún momento pareció que la Policía, que repartió gases lacrimógenos con enorme generosidad, haría retroceder a los manifestantes; pero no, los chicos y sus profesores se reagruparon y los acorralaron.
Correa miraba la bulla y el corre corre desde uno de los pisos más altos, semioculto tras una persiana.
Comprendió, entonces, que había cometido un error y al día siguiente negó que habría acuerdo.
Pobrecita, Gabriela Pazmiño; en el desayuno del viernes, luego de los croissants a la belga, cuando Correa le dio la mano a su esposo con un gesto de “dalo por hecho”, no pensó siquiera que la palabra de Correa podría ser tan volátil.
A los pocos minutos se corrigió. Dijo que mejor no contaba nada “porque después me despiden”.
Gabriela había estado en el Palacio de Gobierno el viernes, cuando doce asambleístas de la vieja partidocracia, incluyendo el matrimonio Bucaram-Pazmiño, desayunaron cordialmente con Rafael Correa para llegar a un acuerdo político.
También estuvieron Fernando Bustamante (el de las “percepciones” que asesinan y roban), Ricardo Patiño (director y actor de los Pativideos), Eduardo Paredes (acusado de acosador sexual) y Fernando Cordero (el mago de Montecristi que hizo aparecer artículos de la nada).
Al día siguiente, sábado, a Correa se le fue la lengua y en su programa radial confirmó el encuentro. Contó “para que se pongan bravísimos los grupos de poder” que “ya tengo más de 70 asambleístas”.
(“Ya tengo” 70 asambleístas; el mismo lenguaje de patrón de hacienda del anterior dueño del país).
El domingo, al ver que el Presidente no guardaba ninguna cautela, Alfredo Ortiz, jefe de los 12 asambleístas recién convertidos, se extendió en los detalles del pacto con la prensa.
Contó que se había quejado con el Presidente de que “la gente de PAIS se vuelve como dueña de los puestos y de los espacios, y no quiere abrir diálogos con nadie”. En otras palabras, no reparten troncha.
Correa le dio la razón y reconoció que “hay compañeritos a nivel de provincia que todavía son bien amarradores”.
Más claro, imposible: “Ya tengo 70 asambleístas”, a pesar del boicot de los “compañeritos amarradores”, pero eso va a cambiar porque les voy a parar el carro a los “compañeritos” que se creen “dueños de los puestos”.
Entonces comenzaron los problemas. El lunes, Gabriela, indiscreta, reveló el encuentro. La prensa “corrupta”, mientras tanto, les recordó a los lectores que Alfredo Ortiz tenía más de una década en política, y que votó contra la Constitución de Montecristi por “centralista, abortista, radical y en extremo conservacionista, radical e hiperpresidencialista”.
El martes, asimismo, los maestros anunciaron un plan de lucha para defender a los docentes que no concurrieron a la “evaluación” de Raúl Vallejo (que necesitará miles de “puestos” para repartir a los doce nuevos aliados del Gobierno).
Y ese mismo día, centenares de estudiantes, profesores y empleados universitarios rodearon el Ministerio del Litoral en Guayaquil y paralizaron el tráfico. En algún momento pareció que la Policía, que repartió gases lacrimógenos con enorme generosidad, haría retroceder a los manifestantes; pero no, los chicos y sus profesores se reagruparon y los acorralaron.
Correa miraba la bulla y el corre corre desde uno de los pisos más altos, semioculto tras una persiana.
Comprendió, entonces, que había cometido un error y al día siguiente negó que habría acuerdo.
Pobrecita, Gabriela Pazmiño; en el desayuno del viernes, luego de los croissants a la belga, cuando Correa le dio la mano a su esposo con un gesto de “dalo por hecho”, no pensó siquiera que la palabra de Correa podría ser tan volátil.
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