Nelsa Curbelo
La propuesta intempestiva del derecho al placer como articulado de la Constitución ha suscitado, como era de esperar, bromas, discusiones, razonamientos académicos, teológicos y algo de sentido común.
Tiene muy malas connotaciones el placer. Y más aún hablar libremente sobre su necesidad. Se lo asocia a pecado, actos prohibidos. Más allá de lo desplazado de la propuesta y lo inadecuado de su mención en la Constitución, algunos datos recientes hacen que trate de abordarlo, pues es un tema en el que millones de niñas y jóvenes mujeres, sobre todo en África, están inmersas sin derecho a opinar.
Acabo de regresar de una reunión de la Unicef donde el tema principal fue la mutilación de niñas y jóvenes. Se estima que el número total de mujeres actualmente vivas que han sufrido ablación en África es de entre 100 y 130 millones. Cada año se agregan alrededor de 3 millones más.
La ablación o mutilación genital femenina comprende procedimientos quirúrgicos que consisten en la extirpación total o parcial de los genitales externos por motivos culturales y/o religiosos. Las razones que más se esgrimen son las sexuales: su práctica permite controlar o mitigar la sexualidad femenina, pues se cercena el clítoris. La mujer no siente placer durante las relaciones sexuales, que son dolorosas y solo orientadas a procurar placer al hombre y a la procreación. Hay también motivos sociológicos: se practica, por ejemplo, como rito de iniciación de las niñas a la edad adulta o en aras de la integración social y el mantenimiento de la cohesión social. Se considera que los genitales femeninos son sucios y antiestéticos. La ablación se practica principalmente a niñas y adolescentes de entre 4 y 14 años. No obstante, en algunos países se practica a niñas menores de 1 año. Muchas niñas entran en un estado de colapso inducido por el intenso dolor, el trauma psicológico y el agotamiento a causa de los gritos.
Las personas que la practican son generalmente comadronas tradicionales o parteras profesionales. A esto hay que añadir que en muchos países es práctica común realizar una costura a la vagina después del parto para hacerla estrecha y mayor fuente de placer para el marido a la vez que de sufrimientos para la mujer.
La propuesta de nuestra asambleísta no estaría desplazada en ese contexto… Es importante saber lo que sucede en otras latitudes. Las religiones tienen una enorme responsabilidad en estas costumbres. En general se antepone el cuerpo al espíritu. “Pensamos encontrar a Dios donde el cuerpo termina: y lo hicimos sufrir y lo transformamos en bestia de carga, en cumplidor de órdenes, en máquina de trabajo, en enemigo a ser silenciado, y así lo perseguimos, al punto de elogiar la muerte como camino hacia Dios, como si Dios prefiriera el olor de los sepulcros a las delicias del Paraíso. Y nos hicimos crueles, violentos, permitimos la explotación y la guerra. “Pues si Dios se encuentra lejos del cuerpo, entonces todo se le puede hacer al cuerpo”, dice Rubem Alves. Y el cuerpo de las mujeres se transformó en el campo de batalla de los que ganaban guerras y lo hacían su botín. Las violaciones son un problema que nos afecta a todos. Cercanos al Día de la Madre, quizás valga la pena pensar que en su inmensa mayoría nosotros somos hijos del amor vivido con gozo, y recordar que para los cristianos Dios se hizo cuerpo y ese cuerpo se transformó en imagen de Dios, nuestro destino. Y Dios vio que todo era bueno. Incluido el placer que Él nos procura.
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