Cartas al Director
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Corrían las aguas de 1996, y desde Quito, Guayasamín convocaba, como si me conociera, a la mayoría de los cantantes que había podido escuchar durante buena parte de lo que por esas fechas eran mis 18 años recién cumplidos. La cita: “Todas las Voces Todas”; pero de todas, una era la que más me ilusionaba escuchar en vivo, la de Silvio Rodríguez.
Habían pasado unos tres años desde que, con tres acordes que me enseñó mi papá, pretendía sacar todas tus canciones. En mi dedicada ignorancia pude aprenderme la introducción de Unicornio Azul, la que hasta estos días mecánicamente mis manos empiezan a tocar cuando agarro mi guitarra. Llegué a Quito como en un sueño, y el destino me trajo a Leo; un amigo de años, que en esa época trabajaba en una radio y que se encargó de que mis entradas a general se convirtieran, apenas apagaron las luces, en un palco con vista privilegiada, codeándome con Guayasamín y con el en ese entonces alcalde de Quito, Jamil Mahuad, de cuyo nombre unos años después algunos nos hubiésemos querido olvidar.
Era el segundo día del festival y para sorprendernos, abriste el concierto sin más preámbulo con una versión coreada, como transcurrió todo tu concierto, de Rabo de Nube.
Y así fueron dejándose escuchar Ojalá, La Masa, y por ahí una pequeña pausa para espetarle a una suerte de barra brava que en cada pausa gritaban: “¡Cuba sí. Yankees no!”, que “ojalá algún día podamos decir Cuba sí, yankees también”. Se derramaron los aplausos, se encendieron las velas, se vino un improvisado dúo con Aute y se acabó tu presentación. Y regresé a Guayaquil, con ese “Cuba sí, yankees también” en la cabeza.
Procesando y procesando pasaron los años. Y con los años, la información. Y con la información, los dilemas. Y con los hechos, el fin de algunos dilemas. Porque Silvio, yo no dudo de tu don de artista ni de la excelencia de tus obras.
Lo que me resulta incómodo es que tú, que firmaste Unicornio Azul, hayas firmado el apoyo al juicio sumario y ejecución de tres compatriotas tuyos, procesados por secuestrar una lancha para alejarse de una vida que ellos entendían que no era saludable. Que cuando cantas “Vivo en un país libre”, no recuerdas que ¡hay lugares a los que tus coterráneos no pueden ir..., en su propio país! Que ahora que te has quejado de la tardanza en la entrega de tu visa a Estados Unidos para que puedas ir al cumpleaños de Pete Seeger, no recuerdes a aquellos a quienes les está prohibido regresar a Cuba permanentemente (como si algo en este mundo fuera para siempre). Que ahora digas que la ley de fronteras de tu gobierno es “obsoleta!, y no lo hayas dicho cuando fuiste diputado. Que el discurso del imperio, el bloqueo y los yankees no es propio de un ser inteligente; eso déjaselo a los que solo les queda culpar a otros de sus fracasos.
Tus razones tendrás para haberte convertido en el embajador cultural de facto de un gobierno hipócrita, que se atrevió a condenar el golpe de Honduras con la caredurez más grande, adquirida en más de 50 años de práctica. Que practica la sucesión filial al más puro estilo de las viejas monarquías; que creen que tienen rabo de nube, cuando tienen rabo de paja; que te han utilizado como herramienta de marketing para suavizar la piedra que hace muchos años le intentan hacer tragar a los latinoamericanos; y prefiero pensar que te han usado, porque la otra explicación sería muy triste.
Tendría que ver con las prebendas que has obtenido por tu posición. Tus pequeñas grandes libertades económicas y políticas. Tus certeros silencios. Tu impunidad para decir si algo no te parece, a viva voz. Tendría que ver con un acomodo, con un enquistamiento que, aunque entendible, sería muy triste y muy despreciable; porque de ser eso cierto, no creo que “te perdonen los muertos de tu felicidad”.
Viniste a Guayaquil, y me alegro. Pero no podía ir a verte, porque el que se presenta en las tarimas, es un tipo que devoró a un muchacho cubano que compuso unas lindas canciones; y este tipo las dispara sin mucho sentido, en una especie de acto de ventriloquismo. Y este tipo apadrina una barbarie que ha durado demasiado tiempo. Y a él a su vez lo quieren utilizar otros, un poco verdes, un poco inmaduros, como flautista de Hamelin.
Así que yo prefiero seguir escuchando, de vez en cuando, los discos del muchacho cubano, y librarme de evidentes panfletos.
Dany Freire, Guayaquil
Habían pasado unos tres años desde que, con tres acordes que me enseñó mi papá, pretendía sacar todas tus canciones. En mi dedicada ignorancia pude aprenderme la introducción de Unicornio Azul, la que hasta estos días mecánicamente mis manos empiezan a tocar cuando agarro mi guitarra. Llegué a Quito como en un sueño, y el destino me trajo a Leo; un amigo de años, que en esa época trabajaba en una radio y que se encargó de que mis entradas a general se convirtieran, apenas apagaron las luces, en un palco con vista privilegiada, codeándome con Guayasamín y con el en ese entonces alcalde de Quito, Jamil Mahuad, de cuyo nombre unos años después algunos nos hubiésemos querido olvidar.
Era el segundo día del festival y para sorprendernos, abriste el concierto sin más preámbulo con una versión coreada, como transcurrió todo tu concierto, de Rabo de Nube.
Y así fueron dejándose escuchar Ojalá, La Masa, y por ahí una pequeña pausa para espetarle a una suerte de barra brava que en cada pausa gritaban: “¡Cuba sí. Yankees no!”, que “ojalá algún día podamos decir Cuba sí, yankees también”. Se derramaron los aplausos, se encendieron las velas, se vino un improvisado dúo con Aute y se acabó tu presentación. Y regresé a Guayaquil, con ese “Cuba sí, yankees también” en la cabeza.
Procesando y procesando pasaron los años. Y con los años, la información. Y con la información, los dilemas. Y con los hechos, el fin de algunos dilemas. Porque Silvio, yo no dudo de tu don de artista ni de la excelencia de tus obras.
Lo que me resulta incómodo es que tú, que firmaste Unicornio Azul, hayas firmado el apoyo al juicio sumario y ejecución de tres compatriotas tuyos, procesados por secuestrar una lancha para alejarse de una vida que ellos entendían que no era saludable. Que cuando cantas “Vivo en un país libre”, no recuerdas que ¡hay lugares a los que tus coterráneos no pueden ir..., en su propio país! Que ahora que te has quejado de la tardanza en la entrega de tu visa a Estados Unidos para que puedas ir al cumpleaños de Pete Seeger, no recuerdes a aquellos a quienes les está prohibido regresar a Cuba permanentemente (como si algo en este mundo fuera para siempre). Que ahora digas que la ley de fronteras de tu gobierno es “obsoleta!, y no lo hayas dicho cuando fuiste diputado. Que el discurso del imperio, el bloqueo y los yankees no es propio de un ser inteligente; eso déjaselo a los que solo les queda culpar a otros de sus fracasos.
Tus razones tendrás para haberte convertido en el embajador cultural de facto de un gobierno hipócrita, que se atrevió a condenar el golpe de Honduras con la caredurez más grande, adquirida en más de 50 años de práctica. Que practica la sucesión filial al más puro estilo de las viejas monarquías; que creen que tienen rabo de nube, cuando tienen rabo de paja; que te han utilizado como herramienta de marketing para suavizar la piedra que hace muchos años le intentan hacer tragar a los latinoamericanos; y prefiero pensar que te han usado, porque la otra explicación sería muy triste.
Tendría que ver con las prebendas que has obtenido por tu posición. Tus pequeñas grandes libertades económicas y políticas. Tus certeros silencios. Tu impunidad para decir si algo no te parece, a viva voz. Tendría que ver con un acomodo, con un enquistamiento que, aunque entendible, sería muy triste y muy despreciable; porque de ser eso cierto, no creo que “te perdonen los muertos de tu felicidad”.
Viniste a Guayaquil, y me alegro. Pero no podía ir a verte, porque el que se presenta en las tarimas, es un tipo que devoró a un muchacho cubano que compuso unas lindas canciones; y este tipo las dispara sin mucho sentido, en una especie de acto de ventriloquismo. Y este tipo apadrina una barbarie que ha durado demasiado tiempo. Y a él a su vez lo quieren utilizar otros, un poco verdes, un poco inmaduros, como flautista de Hamelin.
Así que yo prefiero seguir escuchando, de vez en cuando, los discos del muchacho cubano, y librarme de evidentes panfletos.
Dany Freire, Guayaquil
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