Emilio Palacio
Los pelucones de Alianza PAIS son como su Jefe: gritan, insultan, pero mandan a otro a que muerda.
Al menos el inefable Alberto Acosta peleó alguna vez en las calles por lo suyo. Camilo Samán en cambio vivió siempre en la burbuja de los aniñados, de fiesta en fiesta, agarrado de algún amigo que lo ayude a sobrevivir en su cómoda vida en la vía a Samborondón.
Por eso el matón Samán no fue ayer a las instalaciones de este Diario para reclamar. Mandó a sus guardaespaldas. A los de abajo, a señoras que no tenían ni idea de qué hacían allí. Él, como buen pelucón, permaneció a buen recaudo, esperando a que le reportaran por teléfono.
¿Pero qué hay detrás de todo esto? Ustedes ya lo saben. Es la desesperación de un hombre que de la noche a la mañana se convirtió en un revolucionario próspero y al que, claro, le molesta que la prensa le diga las verdades.
Es la desesperación de un Gobierno corrupto que quiere desviar la atención y sembrar el pánico. Para que nadie hable más de Fabricio Correa. Que no se hable del Mono Jojoy. Que no se diga nada de sus vacaciones en Cuba, de las casas que vuelan, de su jet privado, de su chef belga, de su jacuzzi en el Ministerio del Litoral.
Correa comenzó insultando. Algunos creyeron que era teatro, pero luego comprobaron que el Gran Jefe goza, se complace y vuelve a la vida cuando denigra.
Es su manera particular de elevar su autoestima, que de otro modo andaría por los suelos.
El caso es que por estos motivos algunos ingenuos concluyeron que era un asunto de personalidad. Pero no es así. Hay mucho más de fondo. El poder está contaminado por una mafia que está dispuesta a utilizar cualquier método para seguir disfrutando de los fondos públicos.
Por eso una y otra vez han intentado generalizar la violencia. Los estudiantes de la Universidad Católica lo saben. Los vecinos de Dayuma también.
Pero esa semilla hasta la fecha no había germinado. Así que a partir de ahora recurrirán a manifestaciones de asalariados que si se encuentran con un periodista en la calle lo reventarán a palos.
Por supuesto que van a fracasar, pero no porque esté escrito en alguna piedra sagrada. Dependerá de nosotros, los ciudadanos. Si nos callamos, si nos asustamos, si se nos caen los pantalones, si hipócritamente adoptamos una postura neutral, las mafias van a seguir de largo, y entonces Camilo el matón y la familia Correa tendrán camino libre para seguir disponiendo de los millones de la CFN.
Vas por una calle y te insultan. Luego te escupen. Y por último te patean y amenazan a tu familia. Puedes estar seguro de que el siguiente paso será darte un tiro. Así que debes reaccionar. Hay dos modos de hacerlo: agachando la cabeza (y esa será una herencia que tus hijos y nietos nunca olvidarán) o te levantas y les dices, mirándolos a los ojos, “yo soy un hombre digno”.
Al menos el inefable Alberto Acosta peleó alguna vez en las calles por lo suyo. Camilo Samán en cambio vivió siempre en la burbuja de los aniñados, de fiesta en fiesta, agarrado de algún amigo que lo ayude a sobrevivir en su cómoda vida en la vía a Samborondón.
Por eso el matón Samán no fue ayer a las instalaciones de este Diario para reclamar. Mandó a sus guardaespaldas. A los de abajo, a señoras que no tenían ni idea de qué hacían allí. Él, como buen pelucón, permaneció a buen recaudo, esperando a que le reportaran por teléfono.
¿Pero qué hay detrás de todo esto? Ustedes ya lo saben. Es la desesperación de un hombre que de la noche a la mañana se convirtió en un revolucionario próspero y al que, claro, le molesta que la prensa le diga las verdades.
Es la desesperación de un Gobierno corrupto que quiere desviar la atención y sembrar el pánico. Para que nadie hable más de Fabricio Correa. Que no se hable del Mono Jojoy. Que no se diga nada de sus vacaciones en Cuba, de las casas que vuelan, de su jet privado, de su chef belga, de su jacuzzi en el Ministerio del Litoral.
Correa comenzó insultando. Algunos creyeron que era teatro, pero luego comprobaron que el Gran Jefe goza, se complace y vuelve a la vida cuando denigra.
Es su manera particular de elevar su autoestima, que de otro modo andaría por los suelos.
El caso es que por estos motivos algunos ingenuos concluyeron que era un asunto de personalidad. Pero no es así. Hay mucho más de fondo. El poder está contaminado por una mafia que está dispuesta a utilizar cualquier método para seguir disfrutando de los fondos públicos.
Por eso una y otra vez han intentado generalizar la violencia. Los estudiantes de la Universidad Católica lo saben. Los vecinos de Dayuma también.
Pero esa semilla hasta la fecha no había germinado. Así que a partir de ahora recurrirán a manifestaciones de asalariados que si se encuentran con un periodista en la calle lo reventarán a palos.
Por supuesto que van a fracasar, pero no porque esté escrito en alguna piedra sagrada. Dependerá de nosotros, los ciudadanos. Si nos callamos, si nos asustamos, si se nos caen los pantalones, si hipócritamente adoptamos una postura neutral, las mafias van a seguir de largo, y entonces Camilo el matón y la familia Correa tendrán camino libre para seguir disponiendo de los millones de la CFN.
Vas por una calle y te insultan. Luego te escupen. Y por último te patean y amenazan a tu familia. Puedes estar seguro de que el siguiente paso será darte un tiro. Así que debes reaccionar. Hay dos modos de hacerlo: agachando la cabeza (y esa será una herencia que tus hijos y nietos nunca olvidarán) o te levantas y les dices, mirándolos a los ojos, “yo soy un hombre digno”.
2 comentarios:
Dejando aparte cualquier afinidad política, es necesario de que las personas que realizan cualquier declaración pública asuman las consecuencias de sus acciones. En este caso Emilio Palacio no tuvo ninguna prueba que respalde a sus aseveraciones, y si trata de justificarse que matón es otra cosa diferente a que es alguien que mata, pues estamos en Ecuador y eso es lo que significa. Si alguien quiere decir algo que lo haga de frente y con la verdad, no escudándose bajo palabras que pueden tomar diferentes significados.
Como cualquiera si lo llaman a uno matón pues tiene derecho a defender su reputación.
Deberían hacer lo mismo con Carlos Vera y Jorge Ortiz.
¿Es posible que un periodista pueda acusar de matón sin tener pruebas a cualquier persona?
¿Donde está la ética periodistica?
En la práctica diaria aprendí que un periodista jamás puede acusar a acualquier persona. Solamente el juez tiene la atribución de juzgar y no nosotros los periodistas.
Lo peor es que a veces nuestra torpeza tiene que pagar nuestra familia. Pena y lástima por su hijo y esposa. David
Publicar un comentario