Aunque se anunció ya a finales de diciembre pasado, solo el jueves último se expidió el decreto que puso fin al Ministerio del Litoral, con sede en Guayaquil, creado sin estudios previos y sin aparentes objetivos concretos.
El cierre de ese Ministerio significó reuniones urgentes a puerta cerrada, y el apremio para que esta semana, que coincide con el inicio de un nuevo mes, se concrete el traspaso de las funciones a la Senplades.
Creado por decreto ejecutivo a mediados de 2007, el primer ministro del Litoral fue Ricardo Patiño, a quien se le ungió como una suerte de superministro de esa región.
Entonces, se habló de que se daría una cercana colaboración y coordinación de todas las subsecretarías, pero se desoyó las advertencias de que no sería necesario un Ministerio, cuando las subsecretarías y las direcciones regionales ya habían venido funcionando siempre.
La necedad del Gobierno, que cree que todo lo que hace es revolucionario, llevó a que esa cartera de Estado siguiese su camino pero, a los pocos meses de funcionamiento, ya dejó ver sus falencias.
Luego, se colocó al frente de esa institución a Carolina Portaluppi pero, al poco tiempo, se puso en evidencia que tampoco consolidaba el objetivo de coordinar el funcionamiento de todas las dependencias del Estado en el Litoral.
Más tarde, se designó a Nicolás Issa Wagner, a quien se llenó de elogios por su juventud y su militancia en la revolución ciudadana, considerados ese momento como las supremas garantías para el éxito de ese Ministerio.
El tiempo ha demostrado que la creación de esa dependencia fue un gasto inútil y que la calidad de los funcionarios no garantizaría el éxito de la gestión, porque no había una planificación con objetivos ni proyecciones concretas; según se dijo en los días de las grandes inauguraciones, más se debió a un golpe de efecto por la toma del poder político de uno de los edificios más emblemáticos del poder económico de Guayaquil, ya que fue la matriz del cerrado Banco del Progreso, en la muy representativa avenida Orellana.
Ahora, el Gobierno habrá reconocido, aunque será muy difícil que lo llegue admitir de manera pública, que el Ministerio del Litoral fue un gasto y unos esfuerzos inútiles, en un ensayo político que no ha dado fruto alguno, por lo que se ha visto en la necesidad de entregar a Senplades el manejo de la entidad.
Si hubiera honestidad intelecual, la experiencia tendría que ser asimilada y enmendada, pero ya veremos que buscarán pretextos para intentar minimizar los efectos del experimento.
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