Manuel Ignacio Gómez Lecaro
El domingo me tocó ser miembro de una junta receptora del voto. El día avanzó lento. Cada uno mataba el tiempo como podía. Yo me leí hasta los clasificados del periódico que nuestro vecino de mesa nos prestó. Me jugué varias partidas de Solitario en mi celular. Y me leí las “pollas” escritas por los estudiantes en sus bancas. Conversamos, reímos, compartimos con los miembros de la mesa. Y al final, contamos los votos y en mi mesa ganó el No cómodamente. Buen cierre de jornada.
En la mayoría de mesas guayaquileñas vivimos una realidad distinta a la del resto del país. Mientras aquí contábamos más votos por el No y Nulos que por el Sí, en las otras provincias barrían las votos a favor de la nueva Constitución. Esta vez, como tantas otras, pero tal vez de manera más profunda y significativa, gran parte de Guayaquil ha votado distinto al país. Una mayoría de guayaquileños no queríamos la nueva Constitución.
Guayaquil inicia así el mes de su independencia con un fuerte chuchaqui electoral. La ciudad se siente algo fuera de lugar. Se siente ecuatoriana, pero no se identifica con esa bandera socialista que le han vendido en cómodas cuotas al resto del país.
¿Hasta qué punto se debió el triunfo del No en Guayaquil al liderazgo de Jaime Nebot? ¿Hasta qué punto a una postura ideológica que rechaza el proyecto socialista y centralista de Rafael Correa? ¿Hasta qué punto a una antipatía personal hacia el Presidente por su confrontación con la ciudad? Seguramente la votación guayaquileña refleja una mezcla de todos estos y otros factores. Más allá de los motivos, esta elección ratifica que en política la mayoría de Guayaquil piensa distinto del país. ¿Hasta dónde la nueva Constitución y el Gobierno respetarán este sentir diferente de la ciudad?
Rafael Correa ha ganado de largo. Ha sido un excelente candidato. No así Presidente. El país lo escucha. El país le cree. El país vota por él. Menos Guayaquil.
Ironía octubrina. En el mes de la independencia de Guayaquil, la ciudad inicia una era con una Constitución que vuelve al ciudadano más dependiente –prisionero– del poder central. Con la nueva Constitución, “Guayaquil Independiente” suena más pasado que presente, más a eslogan histórico que a realidad inminente.
Fue bueno escuchar a Correa más dispuesto al diálogo con Nebot en beneficio del país y la ciudad. Escucharlo aceptar que sus diferencias son políticas y no personales. Ahora toca llevar a la práctica estas buenas intenciones poselectorales. Esto se dará en función de los votos que un acercamiento, menor confrontación y más colaboración con Guayaquil, les puedan significar en las próximas elecciones a los candidatos de Alianza País.
Acabamos de votar y ya estamos pensando en nuevas elecciones. Así funciona el juego político actual. Por eso cualquier promesa que escuchemos, sigue sonando a temporal promesa electoral. Toca esperar todavía a después de febrero para conocer ideas y proyectos más verdaderos, libres de la contaminación de esta fiebre electoral.
Octubre de independencia a pesar de los tiempos. En Guayaquil seguiremos nuestro camino. Que en Carondelet y el Congresillo apliquen esta nueva Constitución para el bien del país, respetando la libertad de cada individuo. Incluso y sobre todo, de quienes nos opusimos
No hay comentarios:
Publicar un comentario