Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Estoy en el aeropuerto de Guayaquil. Voy a tomar un avión a Madrid. Y la escena es muy triste.
El aeropuerto está lleno, pero no de viajeros. Han venido familias enteras a despedirse. Rostros humildes. Ropas gastadas. Lágrimas de un niño que abraza a su papá, quien le habla con un acento salpicado de zetas y le promete que pronto volverá. La escena se repite por todos lados. Familias unidas por pocos días para volver a esa dolorosa separación que significa la migración.
Veo a esa señora con los ojos rojos de tanto llorar despedirse de su hijo. Tomándose una foto en la que nadie sonríe. Y me pregunto cómo habrá votado en el último referéndum.
¿Habrá votado Sí como un rechazo a gobiernos anteriores, banqueros, partidocracia, empresarios y todos aquellos identificados como culpables de la migración de su hijo? ¿O habrá votado No, al escuchar a su hijo hablar del progreso y oportunidades en España, y entender que ese desarrollo no se da con modelos socialistas anticuados, sino con el empuje que solo dan políticas que promueven el emprendimiento y la libre empresa?
Me contesté la pregunta de inmediato. Seguro voto Sí. Es más fácil descargar su rabia y dolor contra los culpables, antes que pensar en una solución al problema
Durante la campaña del referéndum, circularon unos afiches por el No que ofrecían una recompensa a quien conozca a alguien que haya emigrado a Venezuela, Cuba o Bolivia. Yo no conozco a nadie. Y sin embargo hemos escogido con nuestro voto parecernos a esos países y no a la España donde emigran nuestros parientes, amigos, vecinos.
Ya estoy en Madrid. Voy en el metro donde escucho a una chica española contarle a su amigo sobre Guayaquil y las espectaculares playas en Salinas, donde iba con sus amigas del “cole”. Me doy la vuelta y descubro que esa voz española sale de un rostro ecuatoriano. Sus gestos, su forma de vestir, y sobre todo su acento, han dejado al Ecuador atrás, pero no sus recuerdos. ¿Cómo hubiera votado esa chica que ha hecho de España su casa?
Esos migrantes saben lo que es un país con oportunidades. Saben que no es fácil tener éxito, que requiere sacrificios y mucho trabajo. Pero saben que sí es posible lograrlo en sociedades que además de brindar buenos servicios y facilidades, celebran y promueven el trabajo y éxito individual en lugar de condenarlo o minimizarlo a favor de un Estado paternal. Esos migrantes, a quienes el Gobierno ecuatoriano ha sabido acercarse ganándose su voto, tienen el poder de iluminar a muchos ecuatorianos sobre la manera como se manejan los gobiernos civilizados.
Ahora estoy escuchando al ex presidente español Felipe González en la cena de la Sociedad Interamericana de Prensa. Y entiendo mejor el progreso de España. González, un socialista, está hablando de las virtudes del libre mercado y hablando bien de los empresarios. Si así suena el socialismo, no está nada mal. Así, sí se puede avanzar.
Lástima que por nuestros barrios el folclore político y populismo sigue convenciendo más y ganando más votos. Incluso el de esa señora que llora en el aeropuerto al ver a su hijo escapar a tierras más libres.
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