jueves, 30 de octubre de 2008

Hoy que me encuentro aquí entre rejas

Emilio Palacio
Si alguna vez Rafael Correa hace realidad su sueño de enviarme tras las rejas, tengo solo una petición que hacerle, que me encierre en la nueva cárcel que ha construido la Corporación de Seguridad Ciudadana y que el ministro de Gobierno, Fernando Bustamante, no quiere porque es inhumana, ya que “no tiene ventanas”.
Antes de llegar al sitio, me detuve en la antigua Penitenciaría. Eran las nueve y media de la mañana y unas doscientas mujeres aguardaban en fila contra el sucio muro del exterior. Los sábados y domingos concurre el doble o el triple, así que los guardias han fabricado con rejas un improvisado corredor del que las visitantes no pueden escapar mientras dura su espera. Para encontrarse con sus maridos encerrados, deben encerrarse primero ellas mismas.
Al poco rato recorría la nueva cárcel. Ninguna prisión es agradable. Esta tiene celdas pequeñas para dos prisioneros, con litera, inodoro, un mesón pequeñito para escribir y una reja que da al patio central. Allí estará el comedor, donde los reos podrán descansar, aburrirse y conversar ciertas horas al día. Hay otro patio más pequeño y con muros muy altos. Además, una peluquería, dispensario médico, un salón no muy grande para actividades educativas o para ver televisión, y un salón de espera para que las visitantes no hagan fila.
Me preguntan si es un sitio inhumano. ¿Alguna cárcel no lo es? Si la comparo con el infierno que se alcanza a ver unos pocos metros más allá (la Penitenciaría “Modelo”), debo admitir que este, al menos, es un lugar decente.
No habría ningún inconveniente, aun así, para fabricarle ventanas en las celdas (si los técnicos en seguridad lo admiten); también se podría agrandar el segundo patio y permitir allí de algún modo (con rejas quizás) la vista al exterior; e incluso hay terreno suficiente en los alrededores para construir talleres donde los presos trabajen y no sean ociosos.
No hay impedimento alguno, pues, para que hoy mismo el Presidente ordene que 150 presos escogidos, los más peligrosos, los que dirigen las bandas de la Penitenciaría, los que comandan el crimen desde sus celdas por celular (y los periodistas, no se olviden), cambien de vivienda
Mientras tanto, una comisión de expertos en seguridad y defensores de los derechos humanos (habrá que traerlos del extranjero, supongo, porque los nacionales son una especie extinguida) podrían ejecutar las pocas modificaciones que hagan falta.
Al lado de la nueva cárcel y de la vieja Penitenciaría, se realizan trabajos de tierra preliminares, por orden del Gobierno, para una nueva y gigantesca prisión. Los ingenieros que dirigen las obras me contaron que la semana pasada debieron echarse a tierra detrás de las retroexcavadoras para protegerse de una balacera. Eran dos bandas que se disputan el control de un patio en la Penitenciaría, que no tiene ventanas porque da al aire libre, así que allí las balas cruzan sin topar obstáculo.
De regreso al Diario me detuvo un embotellamiento en la Permitetral de casi media hora. Eran unos veinte policías que revisaban los vehículos porque la seguridad “está en emergencia”. Los felicité, pero un poco más adelante me pregunté a mí mismo cuánto se facilitaría su trabajo si la nueva cárcel ya estuviese funcionando.
Pero no tiene ventanas, así que habrá que esperar

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