Francisco Febres Cordero
En este Domingo de Resurrección no hay cómo hablar de política porque nos volvemos pescado. ¡Ay no, perdón, qué insulto! Ahora verán nomás que el gobierno me demanda por calumniador y me mete tres años al mar.
Chuta, es que ya captamos el mensaje: ahora hay que escribir todo con mucho cuidado, sopesando cada palabra, midiendo cada frase, porque cualquier cosa que uno dice puede ser motivo de demanda. De hoy en adelante, el vocabulario tiene que ser muy seleccionado cuando uno haga referencia a alguien de la revolución ciudadana, porque si no sale una jueza y ¡zas!, le echa el guante al escriba y le cobra diez mil dólares de costas procesales y tres millones de indemnización.
Ya entendí:
a los revolucionarios no hay cómo rozarles ni con el pétalo de una rosa porque, para qué también, han sido bien susceptibles. Pero, más que susceptibles, muy bien entroncados con la justicia.
¿Cómo tendrá que hacer uno para dirigirse a ellos sin que se ofendan?
Creo que la primera regla es no emplear jamás de los jamases las palabras terminadas en on, como matón.
Y otras, como usufructuario de contratos sin licitación,
comedores de cheques que causan indigestión,
violadores sistemáticos de la Constitución.
Y así.
Después, tampoco hay cómo escribirles nada por el periódico porque, como para ellos la prensa es un bien público, lo que se publique allí causa gran conmoción social.
Y a la revolución ciudadana solo le gusta la conmoción privada. ¿No se han enterado cómo en privado el excelentísimo señor presidente de la República les saca la recontramadre a cada uno de los miembros del gabinete? Y, claro, ellas (y ellos) se lamentan de tanto insulto, lloran en las reuniones itinerantes a lágrima viva, pero sus lamentos no causan conmoción social porque se originan en puteadas de carácter privado. Eso sí hay cómo. O sea, si alguien quiere decirles algo a los revolucionarios, hay que recurrir al correo, sea este manual, oral u electrónico, y ahí señalarles libremente y sin temor sus trapacerías, sus mentiras, sus engaños, sus abusos de poder, sus utilizaciones bastardas de los fondos públicos, su demagogia, el ejercicio de sus más abyectas venganzas, sus incontables muestras de autoritarismo, su descalificación a todo aquel que se atreva a pensar de manera diferente, su burdo menosprecio a aquellos a quienes consideran opositores
¿Qué más tendremos que hacer para escribir sin herir la sensibilidad revolucionaria, que está siempre a flor de piel? Tal vez ha de haber que remitirse a la lista oficial de insultos, y no salirse de ella. Así, por ejemplo, matón sí ha sido insulto, pero matón de barrio, no.
Cara ha sido insulto,
pero cara de estreñido, no.
Buitres ha sido insulto,
pero buitres especuladores, no.
Enano ha sido insulto,
pero enano fachín, no.
Y así.
Con la lista oficial, sí hay cómo decirles tranquilamente que son unos puercos,
enfermos,
perros,
tontos,
garroteros,
corruptos
y miserables.
Y no pasa nada.
Híjoles, pero como ahora es Domingo de Resurrección y no hay cómo hablar de política, más bien me callo. No vaya a ser que me resuciten para convertirme en bacalao.
¡Qué miedo!
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