Francisco Febres Cordero
Hasta mi consulta llegó el arquitecto Fernando Cordero, quien caminaba con la cintura doblada hacia adelante y mostraba un rostro constreñido. Cuando le averigüé cuál era el motivo de su afección, me manifestó que sentía agudas molestias en su intestino, algo parecido a un tapón que le importunaba en los momentos más cruciales de su febril actividad.
Al requerirle ciertos datos para elaborar su historia clínica, me dijo que, lamentablemente, no había recibido instrucciones del Presidente de la República y que, por tanto, no podía contestarme nada sobre su ocupación porque desconocía si tenía que aprobar o no qué leyes, y en qué tiempo, ni tampoco podía decirme nada sobre sus responsabilidades hasta no recibir nuevas instrucciones, aunque de lo único que estaba seguro era de tener un intestino revolucionario. Sin embargo, al acordarse de la ley de aguas, en un acto reflejo me solicitó el baño.
Luego procedí a suministrarle una pequeña dosis de anestesia para efectuarle una endoscopia por la que, clínicamente, se conoce como la segunda vía, a través de la cual divisé un pólipo que, a manera de corcho, impedía el paso de los alimentos hacia la parte baja del intestino. Por la calma que el paciente exhibió el momento del examen, pude concluir que no tenía nada irritable, menos aún el colon.
El paciente mostraba incomodidad cuando se le pedía que optara por otra postura que no fuera la genuflexa, posición que, según me dijo, era la que empleaba cuando experimentaba una mayor presión de naturaleza no estomacal sino política.
Procedí a llevarlo al quirófano para la extirpación del pólipo, ante lo cual me pidió que esperara porque primero tenía que dar una rueda de prensa para evacuar. Ante mi sorpresa, aclaró que la evacuación se refería a los problemas que tenía pendientes, porque repentinamente había aparecido en la Asamblea una epidemia que hizo que la comisión de fiscalización tampoco haya podido evacuar el juicio político al Fiscal y que, sin evacuación, se corría el riesgo de que ocurriera una oclusión que, políticamente, podía tener impredecibles consecuencias en la revolución ciudadana, con luchas que –literalmente– serían intestinas entre los bandos a favor y en contra del Fiscal.
Sin hacer caso de su solicitud y dado que la operación era de carácter urgente, procedí a extraerle el pólipo, sin ninguna complicación ni inmediata ni –literalmente– posterior.
Cuando, pasado el efecto del sedante, le pregunté cómo se sentía, me manifestó que ni le dolía ni no le dolía, que ni sentía ni no sentía, que ni le molestaba ni no le molestaba, por lo cual parecía que su intestino estaba en estado de indefinición o limbo.
Además de recetarle unos supositorios que debían ser administrados por vía oral, le recomendé que abandonara la posición genuflexa, para evitarse molestias que podían afectarle a sus enzimas. Me dijo que no me preocupara porque, como presidente de la Asamblea, el único encima que tenía era el excelentísimo señor Presidente de la República, ante quien ¡por fin!, ahora podía presentarse con un intestino ardiente y, gracias a mi oportuna intervención, absolutamente lúcido.
f.) Dr. Franklin Delano y Más
Médico.
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