viernes, 15 de enero de 2010

Rechazo a la división en Guayaquil


Análisis de Diario HOY
Dentro del balance por los tres primeros años que cumple el Gobierno es imprescindible incluir el aporte que esta Administración ha representado para Guayaquil. A primera vista, salta la impresión de que a los ejecutores del socialismo del siglo XXI les resulta tremendamente incómodo no haber captado las preferencias electorales mayoritarias en esta ciudad, lo que a su vez ha provocado toda una estrategia estatal para intentar revertir esta tendencia, que responde básicamente a los resultados eficientes de una administración municipal que choca, en la teoría y en la práctica, con los métodos que aplica el mandatario Rafael Correa. Han sido tres años de permanentes pugnas y discusiones que a la ciudad no han beneficiado en nada. Todo ha resultado en una pérdida de tiempo y en un desgaste que dejan de lado las acciones inmediatas y que, en conjunto, deben tomar el Municipio y el Gobierno en beneficio de los ciudadanos. En el tema de la seguridad, por ejemplo. Es una realidad el incremento de delitos tan graves como los homicidios, y, aún así, se ataca al recopilador de la información -en este caso, la Escuela Politécnica del Litoral- y no los factores que han agravado el problema, como son ciertas reformas legales y jueces ineficientes.
La preocupación crece en estos días porque no hay evidencia alguna por parte del Gobierno de poner fin a este enfrentamiento político. Todo lo contrario. En los discursos y en los hechos, se siguen azuzando las diferencias y profundizando las rivalidades, que pueden desencadenar hechos lamentables. Se ha tomado a Guayaquil como escenario de una competencia de fuerzas políticas que intentan demostrar su poder con la conformación de los llamados comités barriales, organizados en sectores marginales -más propensos al adoctrinamiento basado en dádivas- para que salgan a las calles con propósitos que todavía nadie se atreve a confesar.
Aquello es jugar con fuego y convocar, camufladamente, a acciones de violencia que pueden provocar daños irreparables a una ciudad que ya ha sido, en forma constante, golpeada por este Gobierno. Una cosa es no estar de acuerdo con la línea política de un alcalde y otra, muy distinta y egoísta, es desconocer los avances que ha conseguido la administración municipal. Solo así se entiende que se tire abajo un programa de salud eficiente como el Plan de Aseguramiento Popular, el último capítulo de una larga serie de celos políticos. No es difícil vaticinar lo que ocurriría si se topan en las calles los grupos de ciudadanos convocados para defender posiciones tan distantes. De lado y lado, pedimos prudencia y responsabilidad. No se puede dividir en bandos enemigos a los ciudadanos de una misma ciudad ni, mucho menos, por intereses políticos particulares

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