Las recientes elecciones en Chile nos dejan varias lecciones interesantes, pero sobre todo, nos dejan con una sensación de envidia sana por la demostración de civismo y solidez democrática de una sociedad que ha sabido darle la espalda a radicalismos absurdos sin dejarse endulzar la oreja por mesianismos irracionales. La victoria de Sebastián Piñera supondrá un salto cualitativo definitivo para el progreso de la hermana República araucana. Tendrá que permanecer muy atento, todos los chilenos deben hacerlo, porque la canalla de la izquierda cavernaria continental ha recibido la victoria de Sebastián como un golpe que hay que combatir... y, no lo duden, utilizarán todos sus medios para hacerlo. Su estrategia de caotización social usando el arsenal de violencia callejera es sobradamente conocida.
Afortunadamente, existen 2 factores importantísimos para impedir el desarrollo de la estrategia de desestabilización: la madurez democrática del pueblo chileno apoyada en la solidez de sus instituciones, y la quiebra económica de la chequera castrochavista. En cualquier caso, hermanos chilenos, permanezcan alerta, alerta que camina la purulenta argolla castrochavista por América Latina.
Para cualquiera de nosotros, ver la serenidad con que los candidatos aceptaron los resultados parciales pero inamovibles, con un recuento a las 6 de la tarde, a pesar de mostrar una distancia de apenas algo más de 3 puntos porcentuales es simplemente asombroso. Acostumbrados a las altisonantes declaraciones de fraude, sin importar la rotundidad de cualquier resultado, o recordando los desatinados alaridos proclamando "palizas" o derrotados de los beneficiados por el voto popular, lo que se siente es rabia al ver lo lejos que estamos de la normalidad política.
La llamada de felicitación de la propia Presidenta Bachellet, renunciando a tentaciones reelectoralistas a pesar de su popularidad, la imparcialidad y el respeto a la hora de no aprovecharse mezquinamente de los recursos del Estado para beneficiar al oficialismo son motivos de reflexión que deberían avergonzar la conciencia de los que abusan de esos mismos recursos, con fines innegablemente proselitistas, atosigando a la población con la diarrea verbal de su fétido discurso disociador. Precisamente la actitud, responsable, de servicio público de la Presidenta saliente me hace reflexionar.
Hace tiempo que sostengo la tesis que a nuestro país le vendría muy bien elegir a una mujer para el cargo de Presidente de la República. A la primera magistratura le conviene un toque femenino (no confundirlo con un toque "rosado") y una reducción de los niveles de testosterona que inundan el teatro político patrio desde la fundación de la República (casi me atrevo a decir que desde tiempos prehispánicos). Si ese toque lo aporta una mujer con una sólida formación liberal, dispuesta a poner en práctica sus convicciones libertarias, nuestro Ecuador estaría en condiciones de dar un salto adelante sin precedentes en la historia. Ahí les dejo 3 de mis candidatas:
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