servían para informar al pueblo las obras del presidente. Hoy, en horario familiar en el que la Superintendencia de Telecomunicaciones prohibió trasmitir programas violentos, o en los que se derrame odio o se injurie al género humano, el Gobierno interrumpe con sus enlaces nacionales para atacar a aquellos ciudadanos que no comulgan con sus ideas, o que luchan por las libertades consagradas en la Constitución que estorban al Presidente. Sacan del aire programas en los que algo se aprende, para que radioescuchas o televidentes asistan a una pésima clase de cómo no se debe dirigir una nación.
En esta semana, el Gobierno interrumpió la programación habitual de estaciones de radio y televisión, para atacar a un señor, director de un prestigioso diario que se edita en la capital ecuatoriana, quien, en una décima de segundo de mala suerte, atropelló a una niña que, a Dios gracias y como resultado del accidente, no tiene consecuencias físicas ni psíquicas. El involucrado, de lo que se conoce, es la primera vez que se ha visto inmerso en un tema de tránsito.
Pero, ¿cuáles son sus verdaderos pecados por los que se le persigue y se ataca su honra?
Talvez por crear empresas que se dedican a diversas actividades productivas.
O será porque genera puestos de trabajo en un país en el que el desempleo y subempleo han aumentado en cifras espeluznantes ante la inacción del Gobierno de la revolución ciudadana.
Será porque una de sus compañías edita libros a precios módicos que el pueblo puede adquirir.
O la persecución se deba a que el desafortunado conductor paga impuestos para el dispendio del gobernante.
Esas son causas que motivan envidia. Pero lo que más genera el ataque al señor Jaime Mantilla es la intención gubernamental de desprestigiar a los medios de comunicación colectiva. Una prensa libre, que permite entregar a sus lectores, televidentes o radioescuchas, ideas distintas a las del gobernante, no tiene cabida en el modelo político del presidente Correa. Por ello busca destruir a sus adversarios, y sobre todo a la prensa libre.
Lo que debería hacer el Presidente, si fuera consecuente con sus enlaces, es ordenar cadenas nacionales para denunciar, por ejemplo, a su Ministro de Gobierno por las muertes causadas por la inseguridad;
o al de Transporte, por no preocuparse de emitir políticas para prohibir la circulación de buses-asesinos y de ciertos “conductores profesionales”;
o al de Obras Públicas, por no acelerar la reparación de carreteras para transitar.
El Presidente lo tiene muy claro:
mientras más confronte, creyéndose dueño de medios y del dinero del Estado, más aumenta su aceptación entre la población deseosa de escándalos y show.
El Presidente es un buen showman.
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