Francisco Febres Cordero
Pobre el excelentísimo señor presidente de la República. ¡Me entró una pena! Y es que un ser humano al que le ocurra una tercera parte de las tragedias que le están ocurriendo a él se desmoronaría. Pero, por suerte, él no: sigue gritón,
mandón,
insultón,
insomne,
viajón,
comelón
y cantón.
Bueno, pero yo lo que creo es que al excelentísimo señor presidente de la República lo primero que le debe afectar es estar nerviudo, como decimos los psicólogos. Aunque no parece que está totalmente nerviudo sino medio nomás, porque si bien unos dicen que está viviendo en el Palacio y otros dicen que no, él dijo que enfrenta los problemas propios de cualquier matrimonio. Aparte, tiene otros problemas filiales con su hermanito Fabricio, que de cuando en cuando denuncia los círculos que le rodean y que son de Victoria Secret para arriba. Y para abajo. Y problemas con sus amigos como el Betí Acosta, que antes era íntimo y ahora es desíntimo.
Hasta aquí, cualquiera que tenga que encarar tanto drama tendría que pasarse con agüitas de valeriana y valium cada tres horas, por lo menos. Pero, encima, al excelentísimo señor presidente de la República cuando pasa por la calle le gritan y le hacen malas señas y por eso él, como está con los nervios de punta, se baja a perseguir al que le grita y como no le agarra él, le agarra la Policía y le saca la perimbucha y el excelentísimo señor presidente de la República después tiene que dar retro y pedir disculpas al gritón que no había gritada nada. ¡Qué tragedia!
Y eso que eso pasó cuando el excelentísimo señor presidente de la República todavía andaba. ¡Chuta! Es que, como los males no vienen solos, el excelentísimo señor presidente de la República va y ¡tac!, se hace pomada los meniscos,
los ligamentos,
los húmeros
y los peronés de la rodilla,
y tiene que marchar a Cuba a que le desenrodillen. Y los cubanos, que son malísimos, en lugar de devolvérnoslo completamente refaccionado, nos lo envían, ¡ay!, en silla de ruedas. Justo a él, que es tan hiperactivo,
tan trotador,
tan bicicletero,
que le encanta subirse a las tarimas y bailar,
le dan el tate quieto y le obligan a estar desactivado.
Como ahora el pobrecito sigue entre la silla de ruedas y las muletas, no puede vigilar bien lo que está pasando en su gobierno y entonces acepta nomás lo que le dicen sus ministros y asesores y por eso asegura que todo en el país está perfecto y que ahora sí ya tenemos salud y ya tenemos educación sin un solo analfabeto y ya tenemos carreteras sin un solo hueco y sin una sola licitación y ya tenemos prisiones modelos y casas y... ¡Híjoles!, eso creo que sus asesores ya le decían antes de que esté en silla de ruedas. Ahora creo que le dicen otras cosas mejores.
En todo caso, para que no le hagan creer lo que nues está que más bien que se vaya otra vez a Cuba y cuando regrese sano de la rodilla, se baje del auto y les persiga a todos los que le mienten y le pintan una realidad que no existe. Y ya.
Ahí, por fin, se le ha de acabar la mala racha que tanto se está ensañando con el excelentísimo que, a este paso, cualquier rato hasta se queda con la lengua totalmente en republiquetas.
¡Ay no, qué bruto!, totalmente en muletas quise decir.
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