lunes, 28 de abril de 2008

Correísta

Emilio Palacio
Días atrás me volví un fervoroso correísta. Fue cuando escuché a Mauricio Pinto, el millonario que despidió a un centenar de trabajadoras delante de las cámaras de televisión, que anunciaba furioso que se largaría a Perú porque allá se pueden hacer mejores negocios. Qué vergüenza tener empresarios así. Con razón mucha de nuestra industria es poco competitiva. Su única fortaleza es hacerle trampa a los trabajadores, y por eso les encantan los gobiernos incondicionales.
Claro que el capital no tiene fronteras, lo sabemos, pero el ser humano no es un perrito con una soga al cuello. Si la soga que se llama capital tira para la izquierda, el animalito gira a la izquierda; si jala para el otro lado, el perrito hace lo mismo. El ser humano tiene otras opciones. Al tomar una decisión considera también otras variables, como el futuro de sus hijos y su familia, o el compromiso con el desarrollo del país. De lo contrario no se entendería cómo grandes y pequeñas industrias que atravesaron momentos muy difíciles, continúan en el Ecuador generando empleo y riqueza. Es que sus ejecutivos se pararon firmes, enfrentaron el mal viento y no huyeron al Perú
Los Pinto y los que piensan igual son, junto con la vieja partidocracia, los padres y madres putativos de Correa. Su egoísmo y su desparpajo despertaron tanto odio y resentimiento social que era casi inevitable que acabemos con un gobierno como este, que se sostiene no tanto en lo que hace sino por quienes se le oponen. Obligados a escoger entre un explotador apátrida y un político demagogo, miles de ecuatorianos desesperanzados elegirán al demagogo.
Así que estaba a punto de embarcarme en el taxi que me trasladaría a la sede de Alianza PAIS para presentar mi solicitud de afiliación, y llevaba conmigo una recomendación muy mesurada del cultísimo ministro Raúl Vallejo, cuando alcancé a escuchar por la radio que el Gobernador del Guayas se quejaba de alguna noticia sobre su sueldo.
“Caramba –pensé para mí–, ¿será que al Gobernador también le pagan mal?”. Pero no, el locutor aclaró que el camarada Camilo Samán gana una cifra muy adecuada para un funcionario de su rango. Siempre he considerado ridículo que a la gente se le pida que estudie para luego obligarla a vivir en condiciones mediocres.
Lo que ocurre es que el Presidente, para ganar popularidad, dijo alguna vez que nadie podría ganar más que él, y la Asamblea Constituyente lo ratificó. Y resulta que Samán gana el doble, 8.000 dólares. Para colmo, no lo hace de manera transparente. La mitad de sus ingresos los disfraza de viáticos, dietas y comisiones en tres instituciones distintas (la Gobernación, Pacifictel y la CTG), por lo que es inevitable que uno se pregunte cuán extendido estará el sistema. ¿Será que otros funcionarios redondean sus ingresos con muertos y heridos? ¿Será que los diezmos en la Superintendencia de Compañías servían para mejorarle el sueldo a alguien?
La actitud de Pinto me produjo repugnancia por su descaro, la de Samán por su hipocresía, así que en ese mismo instante decidí terminar mi breve tránsito por el correísmo.

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