Emilio Palacio
Rafael Correa ahora lee poesía. Ya lleva dos o tres semanas en eso. Jamil Mahuad también se las daba de literato y alguna vez escribió un ensayo muy interesante sobre literatura ecuatoriana; pero Correa no aspira a tanto; solo le agrada que sus amigos intelectuales de izquierda le pasen poemas para burlarse de quienes lo critican y ellos lo complacen.
Fue así fue como metió la pata. Confundió al azuayo Remigio Cordero y Cordero con el cañarejo Luis Cordero Crespo. Ambos eran poetas, pero el segundo fue, además, Presidente de la República, entre 1892 y 1895, justo antes del triunfo de la Revolución Liberal.
El muy católico Don Luis llegó al poder ofreciéndole al pueblo –harto ya de la larga noche conservadora– que haría un gobierno “progresista”. Con ese discurso derrotó a Camilo Ponce, antepasado del fundador del Partido Social Cristiano. Pero no tuvo el coraje de realizar los cambios que el Ecuador requería. Y es que a pesar de su impostura “popular” (él sí hablaba y leía quechua con fluidez, al punto que escribió un diccionario de esa lengua) en el fondo no quería enemistarse con los antiguos dueños del país.
Nunca hizo buenas migas en cambio con la prensa seria, quizás porque intuyó que la libertad de expresión le costaría el puesto. Los diarios guayaquileños, que apoyaban a Eloy Alfaro, lo involucraron en una gravísima denuncia que afectó la imagen internacional de su Gobierno, la venta de la Bandera, y Cordero quiso desentenderse del asunto. Pero a medida que los periodistas publicaban la verdad, la situación del régimen se volvía más comprometida. Los terratenientes de derecha quisieron aprovechar la situación y atacaron también al Gobierno, que así se vio acorralado por ambos flancos.
Don Luis, que sí era un hombre culto, contestó con discursos, escritos y versos demoledores. Pero aunque dicen que era un excelente poeta, no pudo evitar que estallara el descontento al tercer año de su gobierno. Tuvo que renunciar y comenzó entonces la verdadera revolución de las montoneras liberales.
Más tarde, ese mismo año de 1895, el ex presidente “progresista” reunió sus andanadas en un librito que publicó bajo el título de Poemas jocosos, que Correa viene leyendo desde hace varias semanas.
Este sábado Correa reconoció que se había equivocado. Resulta que el Corcho Cordero le pidió que no ande por ahí cambiando de nombre a sus parientes. Pero Correa volvió a meter la pata, porque ahora dijo que don Luis era cuencano cuando en realidad nació en Surampalti, Déleg, hoy provincia del Cañar.
Pero yo digo que nada de esto tiene importancia. Correa es así. “Es su carácter”, como dicen sus amigos. No puede vivir sin insultar. Hay que asustarse más bien cuando no insulta. Por ejemplo, a José Chauvin. Si hubiese sido yo, ya me habría mandado a la casa de la v… A Chauvin en cambio le pidió perdón (no disculpas, sino perdón) y ha dado la orden de que lo traten con guantes de seda. ¿Por qué? ¿Qué es lo que sabe Chauvin, que Correa no le dedica ni siquiera una sátira jocosa de don Luis Cordero? No tengo la respuesta, solo sé que con muy pocas personas ha tenido tantas consideraciones: con su ex Ministro de Economía que filmaba videos clandestinos, su ex Superintendente de Compañías que cobraba diezmos, su ex ministro de Deportes que era el dueño del circo, y ahora con Chauvin; todos envueltos en oscuros negocios que dejarían chiquita la venta de la Bandera.
Fue así fue como metió la pata. Confundió al azuayo Remigio Cordero y Cordero con el cañarejo Luis Cordero Crespo. Ambos eran poetas, pero el segundo fue, además, Presidente de la República, entre 1892 y 1895, justo antes del triunfo de la Revolución Liberal.
El muy católico Don Luis llegó al poder ofreciéndole al pueblo –harto ya de la larga noche conservadora– que haría un gobierno “progresista”. Con ese discurso derrotó a Camilo Ponce, antepasado del fundador del Partido Social Cristiano. Pero no tuvo el coraje de realizar los cambios que el Ecuador requería. Y es que a pesar de su impostura “popular” (él sí hablaba y leía quechua con fluidez, al punto que escribió un diccionario de esa lengua) en el fondo no quería enemistarse con los antiguos dueños del país.
Nunca hizo buenas migas en cambio con la prensa seria, quizás porque intuyó que la libertad de expresión le costaría el puesto. Los diarios guayaquileños, que apoyaban a Eloy Alfaro, lo involucraron en una gravísima denuncia que afectó la imagen internacional de su Gobierno, la venta de la Bandera, y Cordero quiso desentenderse del asunto. Pero a medida que los periodistas publicaban la verdad, la situación del régimen se volvía más comprometida. Los terratenientes de derecha quisieron aprovechar la situación y atacaron también al Gobierno, que así se vio acorralado por ambos flancos.
Don Luis, que sí era un hombre culto, contestó con discursos, escritos y versos demoledores. Pero aunque dicen que era un excelente poeta, no pudo evitar que estallara el descontento al tercer año de su gobierno. Tuvo que renunciar y comenzó entonces la verdadera revolución de las montoneras liberales.
Más tarde, ese mismo año de 1895, el ex presidente “progresista” reunió sus andanadas en un librito que publicó bajo el título de Poemas jocosos, que Correa viene leyendo desde hace varias semanas.
Este sábado Correa reconoció que se había equivocado. Resulta que el Corcho Cordero le pidió que no ande por ahí cambiando de nombre a sus parientes. Pero Correa volvió a meter la pata, porque ahora dijo que don Luis era cuencano cuando en realidad nació en Surampalti, Déleg, hoy provincia del Cañar.
Pero yo digo que nada de esto tiene importancia. Correa es así. “Es su carácter”, como dicen sus amigos. No puede vivir sin insultar. Hay que asustarse más bien cuando no insulta. Por ejemplo, a José Chauvin. Si hubiese sido yo, ya me habría mandado a la casa de la v… A Chauvin en cambio le pidió perdón (no disculpas, sino perdón) y ha dado la orden de que lo traten con guantes de seda. ¿Por qué? ¿Qué es lo que sabe Chauvin, que Correa no le dedica ni siquiera una sátira jocosa de don Luis Cordero? No tengo la respuesta, solo sé que con muy pocas personas ha tenido tantas consideraciones: con su ex Ministro de Economía que filmaba videos clandestinos, su ex Superintendente de Compañías que cobraba diezmos, su ex ministro de Deportes que era el dueño del circo, y ahora con Chauvin; todos envueltos en oscuros negocios que dejarían chiquita la venta de la Bandera.
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