Opinión Internacional
Gonzalo Peltzer
El matrimonio Kirchner descubrió un método fantástico para combatir los males de la República Argentina: desconocerlos. No existen por decreto y sanseacabó. Parece una medida ingenua y hasta estúpida, pero es cinismo reconcentrado. La democracia dinástica no dialoga porque para ellos el valor de la palabra es cero y lo que opinen los demás es menos que cero.
No importa que la gente se muera de hambre, lo que importa es que se sepa. Lo malo no es la corrupción, sino que alguien la denuncie. En castellano se llama mentiroso al que no dice la verdad, ladrón al que roba, déspota al que se arroga la suma del poder y puerco al maleducado, con perdón de los cerdos. Cínico es el que miente descaradamente y sin que se le mueva un pelo. Los cínicos confunden la verdad con la mentira y el bien con el mal. No les molesta ser mentirosos, ladrones, coimeros, cobardes o inmorales; lo que les molesta es que se sepa y solo porque les puede costar la pérdida del poder. No les molesta el periodismo independiente, lo que les molesta es que sea independiente de ellos. No les molesta que la prensa tome partido: les molesta que esté del lado de los honestos.
En la Argentina, cuando el Indec (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) empezó a publicar índices de precios que no le gustaban al gobierno, en lugar de abocarse a combatir la inflación que afloraba como una terrible amenaza, el gobierno acusó a sus funcionarios de golpistas, degenerados y vendepatrias y los mandó a la dura calle. Actuó como un alcohólico que niega a muerte su borrachera mientras apenas puede sostenerse en pie y la lengua se le apelotona adentro de la boca. No hay inflación por decreto de la autoridad. Si el sueldo se encoje como la lana en agua caliente, el problema es del bolsillo, no de la plata.
Pero resulta que aunque repetimos una y miles de veces “no hay inflación, no hay inflación, no hay inflación”, los precios siguieron aumentando. Los Kirchner entonces se pusieron de mal humor y decidieron cambiar el modo de hacer las cuentas. Calcularon entonces la inflación con la mostaza, el perejil y las cortinas de enrollar. Y si suben de precio, miden los anteojos bifocales, los sombreros de fieltro y los escarabajos peloteros. Y si eso no resulta miden los peines para calvos, los guantes de mancos y el azúcar que compran los diabéticos.
Este mes el Indec argentino inauguró un nuevo método para averiguar los precios al consumidor (IPC). En vez de medir los precios de bienes y servicios consumidos por toda la población, el nuevo índice mide el consumo de los dos tercios de menores ingresos. La cantidad de bienes y servicios se redujo de 814 a los 440, cuyos precios están bajo acuerdo o controlados por el Estado. Seleccionan a dedo las frutas, verduras de estación y la ropa que pasó de moda con el pretexto –válido si se hace con sistema– de que la gente busca los precios más baratos. Sus técnicos ya no son matemáticos sino manipuladores descarados de la realidad. Con el nuevo método la inflación de mayo les dio 0,6 por ciento cuando con el viejo hubiera dado 1,2 por ciento. Pero para calcular el índice de mayo ni se modificaron los formularios ni se capacitó a los encuestadores, lo que hizo sospechar a todo el mundo de que las cifras se inventaron en la campana de cristal del Secretario de Comercio Interior. Al final el Indec decide mes a mes cuál es la cifra de inflación que más le conviene al gobierno.
Se puede engañar a muchos por poco tiempo o a pocos por mucho. Lo que no se puede es engañar a muchos por un tiempo medianamente prolongado. El problema más grave de la dirigencia argentina es su credibilidad. El gobierno ha mentido tanto que ya no le sirve decir la verdad porque todo el mundo lo tendrá por mentira. La fábula existe en todos los idiomas y en castellano es la del pastor mentiroso, que termina con la sabia moraleja: “¡Cuántas veces resulta de un engaño contra el engañador el mayor daño!”. Es que jugar con la verdad tiene consecuencias terribles de las que no se vuelve. Es la primera y principal corrupción detrás de la que vienen todos los males. El gobierno argentino lo está pagando con su prestigio perdido y el país en llamas.
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