martes, 18 de agosto de 2009

El revolucionario Correa

Por Felipe Burbano de Lara
En la ceremonia de posesión realizada en el Estadio Olímpico Atahualpa, Rafael Correa pareció convertirse en auténtico revolucionario. Lo que hasta entonces había sido más bien un adorno retórico de Alianza País -con aquello de la revolución ciudadana- adquirió ese día un sentido de identidad política más fuerte, de cara al nuevo mandato gubernamental. El acto fue una especie de ritual de consagración al socialismo y a la revolución teniendo como padrinos a Raúl Castro -pifiado largamente en el estadio- y al espantoso coronel Hugo Chávez. Correa se diferencia largamente de otros líderes populistas ecuatorianos por esta adhesión al socialismo, y porque su revolución pretende hundir sus raíces en una narración histórica de tiempo largo vinculándola con las luchas libertarias del pueblo. En los dos actos de posesión, Correa apeló al bolivarianismo y al alfarismo como fuentes inspiradoras del actual proceso. En ellas intenta mostrar al pueblo que hay una historia de luchas y de revueltas donde legitimar su anhelo de cambio. A esas dos fuentes ideológicas se unió con fuerza el socialismo.La pregunta es ¿cuál socialismo? ¿Correa actuó por convencimiento revolucionario o para congraciarse ante sus padrinos? ¿Cree en la revolución y en el socialismo, o juega con ellos para levantar fantasmas y miedos? El socialismo que emerge de su cabeza resulta una mezcla confusa, poco sistemática, de ideas provenientes de los siglos XIX, XX y XXI. Cuando habla de rescatar el trabajo humano de las monstruosidades del capitalismo, se pone los lentes de Marx y se remonta al siglo XIX. Cuando habla de formar los Comités de Defensa de la Revolución, se va a las tradiciones policíacas y represoras del socialismo cubano en el siglo XX. Y cuando imita a Chávez, se va al socialismo caudillista del XXI.Lo único más o menos claro de su socialismo es que le sirve como instrumento para entrar en tensión con la democracia, el capitalismo y el liberalismo, siempre incómodos para él. Las pistas que dio en su discurso ante el Congreso lo definen por los siguientes aspectos: fortalecimiento del poder estatal, subordinación del mercado a una lógica social e igualitaria de las relaciones sociales, predominio del Ejecutivo por encima de los otros poderes del Estado, defensa irrestricta de la soberanía nacional, y consagración de un liderazgo heroico -delirante- que legitima su poder en la teleología histórica de la libertad de los pueblos. Todo lo anterior envuelto en la bandera de la nación y la patria.La fusión de estos elementos produce, como hemos visto frente al conflicto con Colombia, un feo y peligroso lado belicista, hacia adentro y hacia fuera de la nación. ¿No constituye una irracionalidad que el país haya discutido la semana pasada la eventualidad de un conflicto militar con Colombia? ¿No es una irracionalidad estar gastando tantos recursos en armas? ¿Jugamos o hablamos en serio? Bolivarianismo, alfarismo y socialismo se han juntado para formar un coctel explosivo, con un presidente por momentos muy persuadido de su propio ser revolucionario. ¿Juega o habla en serio?

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