Por Bernardo Acosta
Nada, que asistí a la última cadena sabatina del Presidente, en Conocoto, y que fue un reflejo de esos pobres circos ambulantes.
Nada, que asistí a la última cadena sabatina del Presidente, en Conocoto, y que fue un reflejo de esos pobres circos ambulantes.
Lo mejor en los circos folclóricos son los payasos, no porque cuenten buenos chistes, sino porque dan motivo para reírse de ellos. Qué risa cuando el Mandatario, bien vestido, protegido por militares armados hasta los dientes y relatando las delicias que degustó en su segundo viaje a Europa en menos de dos meses, lanzó eso de “Presidente proletario”. Buen payaso, para qué también. Remató cuando, cual niño fantasioso, se comparó con Indiana Jones. Pobre Gustavo Noboa: sus rondas de cachos quedaron hechas pinol.
El malabarista estuvo pésimo. Las pelotitas se chocaron y se cayeron al piso cuando el artista no sabía si iba a entregar 45 ó 450 hectáreas -que da más o menos lo mismo, ¿no?- de camaroneras a los habitantes de la isla Puná.La triste presentación del malabarista fue compensada por el estupendo mago. Lo que se promocionó como un acto de rendición de cuentas lo mutó en una catequesis moralista. ¡Buenazo!
Los equilibristas de estos circos son como los toreros nacionales: casi siempre terminan lesionados. Y este sábado no fue la excepción. Aunque hizo un gran esfuerzo por mantener el equilibrio, se fue de bruces cuando con toda solvencia dijo que la literata británica Virginia Woolf era estadounidense.
El número del trapecio siempre es un enigma: por los parlantes se anuncia el triple salto mortal, pero máximo se ve un mortal y medio. Así pasó cuando el Presidente dijo que la patria ya es de todos porque él se pasea por todo el país. Escuchen bien: ¡triple salto mortal!
Si algo resulta gracioso en estos circos es el ingenio. Promocionan al exótico tigre blanco, pero sale un perro puesto un traje de felpa blanco con rayas negras. Es genial y deprimente a la vez, igual que el Presidente increpando a los empresarios que no mandan a sus hijos a colegios fiscales, cuando sus propios hijos estudian en uno de los colegios privados más selectos.
Entonces volvió a salir el payaso. Afirmó que los anteriores gobiernos eran los únicos responsables de los apagones, mientras criticaba a las personas que culpan al resto de sus propios errores. Confirmó su talento para hacer reír al asegurar que “todo cristiano puede cuestionar”, justo antes de su feroz arremetida contra los cuestionadores medios.
El público también es parte del espectáculo. Así como en los circos su mayor ilusión es pasar al escenario, en la cadena es salir en la tele. La novelería y la esperanza de poder entregarle al Presidente su carpeta o su disco recién grabado pesan en el ocasional aplauso de la turba, que principalmente pasa aburrida.
El mal llamado ‘enlace ciudadano’ no es un informe; es una vergüenza.
El mal llamado ‘enlace ciudadano’ no es un informe; es una vergüenza.
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