Lo que el mundo sabía, hasta que la amenaza de los apagones llegó, es que Ecuador no le volvería a dar la mano a Colombia mientras nuestros vecinos del norte no eligiesen otro presidente, nos entregasen las computadoras de Raúl Reyes, reconociesen que los norteamericanos participaron en el bombardeo en Angostura e indemnizasen a los parientes de los terroristas muertos.
Pero nos quedamos sin electricidad y el correísmo se fue de bruces al otro extremo, rogándole a Colombia y haciendo un papelón. Uribe se dio el lujo de censurar a Correa por no contestar –como presidente de la Unasur– al llamado belicista de Hugo Chávez; pero en lugar de explotar como de costumbre, el Gran Insultador se quedó mudo, ansioso de que el colombiano le dé luz hasta el 31 de diciembre al menos, para que ese día millones de años viejos con su careta no ardan por todo el país.
Menciono esto como una demostración de la crisis política que está atravesando Correa. No hay empleo, sobran los asesinatos, Alianza PAIS se resquebraja, la Ley Mordaza enfrenta obstáculos, el hermano mayor pareciera que lo quiere tumbar, ronda el fantasma de los tragamonedas, no hay luz, y encima nos tenemos que arrodillar ante Uribe.
El único recurso que aún le queda al Gobierno son las amenazas, pero pierden efectividad, aunque muchos empresarios, dueños de medios de comunicación y periodistas no lo acepten, y se sigan quejando de “este pueblo que no abre los ojos”.
Los que están ciegos son ellos, porque si de pueblo se trata, lo que se ve por todas partes son indios, maestros, trabajadores, policías, soldados, estudiantes y desempleados descontentos, a la espera de un llamado unitario a volcarse a las calles para expresar su rechazo al totalitarismo, de manera pacífica, sin banderas de partido y dentro del más absoluto respeto a la ley.
Algunos me dicen que es mejor esperar, que las dictaduras se descomponen solas. Pues no es cierto. Los pueblos nunca le han doblegado el brazo a los dictadores mirando los acontecimientos por televisión ni aguardando las próximas elecciones.
Si los alemanes orientales hubiesen pensado así, Eric Honecker todavía seguiría en el poder y el Muro de Berlín permanecería intacto. El único recurso que se ha inventado para hacer retroceder a las dictaduras (incluidas las dictaduras civiles), es volcarse a las calles y ocupar el espacio público.
Es hora de tomar ese camino. No es nuestra elección. Nos lo imponen las circunstancias. La revocatoria del mandato es una opción válida, pero falta un año todavía para implementarla. Hasta tanto, hay que evitar que la guillotina del correísmo siga cortando las cabezas de los derechos humanos y destruyendo el aparato productivo del país.
Alguien replica: “pero no queremos tumbar otro presidente”. Y yo respondo: pero es que no se trata de echar a Correa. Hoy lo que se puede y se debe hacer es doblarle el brazo al dictador, forzarlo a que de verdad eche a la basura los proyectos de Ley de Comunicación y de Universidades.
Con eso, por ahora, sería suficiente.
Pero nos quedamos sin electricidad y el correísmo se fue de bruces al otro extremo, rogándole a Colombia y haciendo un papelón. Uribe se dio el lujo de censurar a Correa por no contestar –como presidente de la Unasur– al llamado belicista de Hugo Chávez; pero en lugar de explotar como de costumbre, el Gran Insultador se quedó mudo, ansioso de que el colombiano le dé luz hasta el 31 de diciembre al menos, para que ese día millones de años viejos con su careta no ardan por todo el país.
Menciono esto como una demostración de la crisis política que está atravesando Correa. No hay empleo, sobran los asesinatos, Alianza PAIS se resquebraja, la Ley Mordaza enfrenta obstáculos, el hermano mayor pareciera que lo quiere tumbar, ronda el fantasma de los tragamonedas, no hay luz, y encima nos tenemos que arrodillar ante Uribe.
El único recurso que aún le queda al Gobierno son las amenazas, pero pierden efectividad, aunque muchos empresarios, dueños de medios de comunicación y periodistas no lo acepten, y se sigan quejando de “este pueblo que no abre los ojos”.
Los que están ciegos son ellos, porque si de pueblo se trata, lo que se ve por todas partes son indios, maestros, trabajadores, policías, soldados, estudiantes y desempleados descontentos, a la espera de un llamado unitario a volcarse a las calles para expresar su rechazo al totalitarismo, de manera pacífica, sin banderas de partido y dentro del más absoluto respeto a la ley.
Algunos me dicen que es mejor esperar, que las dictaduras se descomponen solas. Pues no es cierto. Los pueblos nunca le han doblegado el brazo a los dictadores mirando los acontecimientos por televisión ni aguardando las próximas elecciones.
Si los alemanes orientales hubiesen pensado así, Eric Honecker todavía seguiría en el poder y el Muro de Berlín permanecería intacto. El único recurso que se ha inventado para hacer retroceder a las dictaduras (incluidas las dictaduras civiles), es volcarse a las calles y ocupar el espacio público.
Es hora de tomar ese camino. No es nuestra elección. Nos lo imponen las circunstancias. La revocatoria del mandato es una opción válida, pero falta un año todavía para implementarla. Hasta tanto, hay que evitar que la guillotina del correísmo siga cortando las cabezas de los derechos humanos y destruyendo el aparato productivo del país.
Alguien replica: “pero no queremos tumbar otro presidente”. Y yo respondo: pero es que no se trata de echar a Correa. Hoy lo que se puede y se debe hacer es doblarle el brazo al dictador, forzarlo a que de verdad eche a la basura los proyectos de Ley de Comunicación y de Universidades.
Con eso, por ahora, sería suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario