Tres años en el Gobierno no han sido suficientes para que Rafael Correa y su Gabinete comenzaran a aceptar las culpas de sus propios errores.
Para el mandatario, la culpa siempre será de los otros,
de la larga noche neoliberal,
de los pelucones de la partidocracia,
de la prensa corrupta,
menos de él ni de su entorno,
sino de los otros:
lo repite como una cantaleta,
como una lección de escuela aprendida de memoria,
como una verdad irrefutable.
Y culpa a los demás con el micrófono abierto,
sin apagones de por medio,
porque las autoridades eléctricas tenían prohibido hacerlos durante su intervención sabatina,
desde las 10:00 hasta la 13:00.
Lo dijo ahí mismo, en plena intervención, cuando se reportaron errores en la transmisión. ¿
A qué genio se le había ocurrido programar un apagón durante su intervención?
Ese fue el sentido irónico de su reclamo; el presidente quiere ser escuchado por todos,
pero no acepta ninguna replica, porque todos los que pudieran cuestionar la ineficiencia de su Gobierno son unos farsantes,
unos mediocres que atentan contra la revolución ciudadana de las manos limpias, los corazones ardientes, etcétera.
Son miopes que no reconocen la inversión hecha en proyecto hidroeléctricos, aunque estos sigan en el papel. ¿Dónde está Coca-Codo Sinclair?
¿En qué está Toachi-Pilatón?
¿Qué ha hecho Odebrecht para remediar el desastre en San Francisco?
El Gobierno no reconoce errores, no acepta nada.
Vive de promesas;
de su último viaje, regresó con la promesa de inversiones de Rusia por $2 500 millones.
De Venezuela, seguimos esperando los $5 000 millones para la refinería del Pacífico.
Mientras tanto, ya hemos anunciado la compra de helicópteros a Rusia y hemos entregado Sacha a PDVSA.
El Gobierno vive de propaganda en propaganda, con el afán de convencernos de que vivimos en el paraíso, pese a que estemos condenados a vivir, cada día, siete horas sin luz.
Y como la culpa es de los otros, ahora son las empresas privadas y públicas las que tendrán que pagar las consecuencias, porque ellas estarán obligadas a encender sus propias plantas eléctricas para evitar la sobredemanda en el sistema interconectado.
Entonces, ¿para qué pagamos impuestos?
¿Con qué fuerza el SRI reclama el pago puntual de los tributos si el Estado no asume su responsabilidad a la hora de brindar calidad en los servicios públicos?
El presidente dijo que Carondelet ha sido uno de los primeros sitios en encender su propia planta eléctrica como un ejemplo de seguir por las demás empresas privadas y públicas.
La pregunta es: ¿quién paga la cuenta por el funcionamiento de esa planta del Palacio del Gobierno?, ¿los funcionarios que pasan ahí o el Estado?
No hay comentarios:
Publicar un comentario