escuchaba con placer la cadena nacional del sábado,
cuando oyó a su jefe acusar a los policías
porque misteriosamente se les había escapado el señor Chauvín.
Casi de inmediato, oyó que su jefe vociferaba en Venezuela "camina, que camina,
la espada de Bolívar, por América Latina"
y comenzó a preguntarse si acaso el señor Chauvín,
de la Brigada Bolivariana, no llevaría la espada de Bolívar y sabría algunas cositas más.
Don Fernando decidió descifrar todas estas percepciones,
y sentarse en una mesa sin clavos, de solo tres patas,
para que los espíritus de los grandes detectives le dijeran si debía apresar al bolivariano
y qué haría con los secretos que guardaba aquella espada misteriosa,
varias de cuyas réplicas le son regaladas a Su Majestad y jefe.
A Don Fernando se le erizaron las cejas
cuando empezaron a aparecer por orden de antigüedad:
Augusto Dupin,
el Inspector Maigret,
Hércules Poirot,
Charlie Chan,
Sherlock Holmes
y el general Jaime Hurtado, que le dijo
"Don Fernando, déjese de pendejadas, le cogemos o no le cogemos".
Entonces decidió renunciar y entregar el Ministerio a un señor parecido a Kojac,
de apellido Abril, para él dedicarse a profundizar
en la psicología de las percepciones.
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