Emilio Palacio
Desde el Palacio de Carondelet salió la consigna: “échenle la culpa a la falta de experiencia en un proceso democrático nuevo”. Con ese deleznable argumento, la cúpula de Alianza PAIS trata de dulcificar las imágenes vergonzosas de sus primarias; la de Carlos Alvarado, hermano de la mano derecha de Rafael Correa, recordando en mal tono a la madre de un policía, o la del Gobernador del Guayas retando al mismo agente y advirtiéndoles a los periodistas que no hagan tomas inconvenientes.
Mucho más grave es lo que no se ha dicho, que solo un minúsculo grupo de votantes acudió al llamado de Alianza PAIS y de Correa. Las urnas se abrieron a las 11 de la mañana y se cerraron antes de la hora prevista, y aun así en ningún momento hubo colas, ni apretujones, ni nada.
Aquí no hay ningún proceso nuevo ni falta de experiencia. Lo que vimos fue exactamente lo mismo que viene ocurriendo desde hace cuatro décadas en cada elección estudiantil universitaria, donde no hay tesis, ni ideas, sino insultos, gritos y violencia. Donde no votan los estudiantes sino las pandillas armadas. Ocurrió lo mismo solo que a escala nacional.
El relajo y el caos no son democracia. Gritarle velaverde a un policía sin motivo no es inexperiencia. Actuar como Gobernador y como activista descontrolado no es un error que nace de la inocencia de un querubín.
Alianza PAIS debería admitir públicamente la verdadera causa de los acontecimientos del domingo, es decir la existencia en su interior de fracciones y grupos que están separados solo por el interés desmedido de cada cacique de captar poder.
La derecha (con perdón de la derecha) está encabezada por Vinicio Alvarado, que tiene el control casi completo de los contratos y demás negocios del Estado. La izquierda (con perdón de la izquierda) la maneja Ricardo Patiño, cuyo poder se extiende a cargos, nombramientos, diezmos y sanciones.
Luego están las antiguas figuras de la partidocracia, Carlos Vallejo, Jorge Marún o Raúl Vallejo. En la periferia se mueven, por último, otros grupitos como los hermanos Correa, María Paula Romo y alguno más.
Se han hecho muchas especulaciones sobre qué diferencias los separa, pero nadie lo sabe a ciencia cierta, porque no son discrepancias políticas. Nunca sabremos, por ejemplo, en qué se diferenciaban la propuesta de Aminta Buenaño y la de Carlos Alvarado para la prefectura. Simplemente a cada uno se le metió en el cuerpo que podía ocupar ese puesto, y lo defendieron a puños y dientes. Tal cual está ocurriendo en el Consejo de Participación Ciudadana, que tiene 7 miembros designados hace menos de una semana, y ya reconocieron públicamente que están divididos en tres grupos.
En medio de este nido de antropófagos que quisieran devorarse entre sí, reina Correa, al estilo del viejo Velasco Ibarra, que repartía premios y castigos entre las facciones que lo apoyaban, y que estas aceptaban a su vez porque era el que controlaba los votos y el dinero.
Así es como los movimientos populistas se mantienen unidos, pero eso es como pegar un florero roto con baba, que en cualquier momento se volverá a desbaratar.
Mucho más grave es lo que no se ha dicho, que solo un minúsculo grupo de votantes acudió al llamado de Alianza PAIS y de Correa. Las urnas se abrieron a las 11 de la mañana y se cerraron antes de la hora prevista, y aun así en ningún momento hubo colas, ni apretujones, ni nada.
Aquí no hay ningún proceso nuevo ni falta de experiencia. Lo que vimos fue exactamente lo mismo que viene ocurriendo desde hace cuatro décadas en cada elección estudiantil universitaria, donde no hay tesis, ni ideas, sino insultos, gritos y violencia. Donde no votan los estudiantes sino las pandillas armadas. Ocurrió lo mismo solo que a escala nacional.
El relajo y el caos no son democracia. Gritarle velaverde a un policía sin motivo no es inexperiencia. Actuar como Gobernador y como activista descontrolado no es un error que nace de la inocencia de un querubín.
Alianza PAIS debería admitir públicamente la verdadera causa de los acontecimientos del domingo, es decir la existencia en su interior de fracciones y grupos que están separados solo por el interés desmedido de cada cacique de captar poder.
La derecha (con perdón de la derecha) está encabezada por Vinicio Alvarado, que tiene el control casi completo de los contratos y demás negocios del Estado. La izquierda (con perdón de la izquierda) la maneja Ricardo Patiño, cuyo poder se extiende a cargos, nombramientos, diezmos y sanciones.
Luego están las antiguas figuras de la partidocracia, Carlos Vallejo, Jorge Marún o Raúl Vallejo. En la periferia se mueven, por último, otros grupitos como los hermanos Correa, María Paula Romo y alguno más.
Se han hecho muchas especulaciones sobre qué diferencias los separa, pero nadie lo sabe a ciencia cierta, porque no son discrepancias políticas. Nunca sabremos, por ejemplo, en qué se diferenciaban la propuesta de Aminta Buenaño y la de Carlos Alvarado para la prefectura. Simplemente a cada uno se le metió en el cuerpo que podía ocupar ese puesto, y lo defendieron a puños y dientes. Tal cual está ocurriendo en el Consejo de Participación Ciudadana, que tiene 7 miembros designados hace menos de una semana, y ya reconocieron públicamente que están divididos en tres grupos.
En medio de este nido de antropófagos que quisieran devorarse entre sí, reina Correa, al estilo del viejo Velasco Ibarra, que repartía premios y castigos entre las facciones que lo apoyaban, y que estas aceptaban a su vez porque era el que controlaba los votos y el dinero.
Así es como los movimientos populistas se mantienen unidos, pero eso es como pegar un florero roto con baba, que en cualquier momento se volverá a desbaratar.
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