Emilio Palacio
Rafael Correa era un desconocido hasta que llegó a la Presidencia de la República, pero no por falta de oportunidad sino porque nunca hizo, ni dijo, ni escribió nada que tuviese alguna repercusión. En la academia nunca se destacó. Los círculos intelectuales de izquierda quiteños, donde se refugió, jamás lo promovieron. Pero le sobra audacia, así que en un momento de crisis se encaramó en Alfredo Palacio y Alberto Acosta para llegar al poder. Allí se ha mantenido durante dos años, repartiendo pescados pero sin enseñar a pescar, con el apoyo de Abdalá Bucaram y Rodrigo Borja, y gracias a una millonaria campaña de publicidad que anuncia que se está construyendo un quinto puente sobre el río Guayas, del que no existen ni siquiera los estudios; o que se han creado 12.000 nuevas partidas para maestros que nadie ha visto; o que por fin se rehabilitó el tren que acaba de descarrilarse.
María Josefa Coronel, por el contrario, diseñó, organizó y puso en marcha desde la nada el único Registro Civil decente que existe en el Ecuador. Los demás, los que manejan los colaboradores de Correa, parecen una letrina. Para conseguirlo tuvo que enfrentar casi sola el boicot del Gobierno y de los que extorsionan a millones de usuarios del viejo Registro. Un poco antes había iniciado su carrera como periodista. Se sometió al escrutinio de millones de ciudadanos, que leyeron o escucharon sus comentarios, casi siempre en defensa de los derechos de la mujer. Como era de esperarse, ganó adeptos y críticos, pero jamás nadie ha podido acusarla de mentirosa o malcriada.
Correa lo supo. Sus encuestadores le advirtieron que María Josefa tenía popularidad en el electorado, por lo que varias veces, incluso antes de llegar a la Presidencia, le propuso que colaborara con su proyecto. Fue insistente, pero María Josefa se negó.
Estos días, el jefe de las mangajadas se ocupó de ella en público. En lugar de increpar a su amigo personal, el ex ministro del Deporte, acusado de corrupción, intentó reducir a María Josefa a una cara bonita. No voy a repetir sus insultos porque no quiero hacerle el juego a un malcriado.
Alberto Acosta dice que todo esto corrobora que Correa es “infantil”, pero yo nunca he escuchado injurias de ese calibre de boca de un niño. En cambio, todos conocemos hombres adultos que no conciben que las mujeres puedan tener talento, son “horrorosas”, “majaderas” o “caras bonitas”. Supuestamente están para la casa, para cuidar a los hijos y permanecer en silencio, en la retaguardia del jefe, del macho, del proveedor.
Pasará el tiempo, juez inflexible. María Josefa Coronel quedará registrada como una funcionaria y periodista seria. En cambio, la historia reconocerá a Correa como el presidente que insultaba los sábados. Las nuevas generaciones recordarán, con vergüenza espero, que aun así una inmensa mayoría de ciudadanos le endosaron su voto. Pero todas las naciones han pasado por momentos de ignominia. Los alemanes apoyaron al asesino de Hitler, los norteamericanos reeligieron al mediocre de Bush y los rusos sostuvieron durante décadas al borracho de Stalin.
Son vergüenzas pasajeras. Nos tomará tiempo recuperarnos, pero lo haremos.
María Josefa Coronel, por el contrario, diseñó, organizó y puso en marcha desde la nada el único Registro Civil decente que existe en el Ecuador. Los demás, los que manejan los colaboradores de Correa, parecen una letrina. Para conseguirlo tuvo que enfrentar casi sola el boicot del Gobierno y de los que extorsionan a millones de usuarios del viejo Registro. Un poco antes había iniciado su carrera como periodista. Se sometió al escrutinio de millones de ciudadanos, que leyeron o escucharon sus comentarios, casi siempre en defensa de los derechos de la mujer. Como era de esperarse, ganó adeptos y críticos, pero jamás nadie ha podido acusarla de mentirosa o malcriada.
Correa lo supo. Sus encuestadores le advirtieron que María Josefa tenía popularidad en el electorado, por lo que varias veces, incluso antes de llegar a la Presidencia, le propuso que colaborara con su proyecto. Fue insistente, pero María Josefa se negó.
Estos días, el jefe de las mangajadas se ocupó de ella en público. En lugar de increpar a su amigo personal, el ex ministro del Deporte, acusado de corrupción, intentó reducir a María Josefa a una cara bonita. No voy a repetir sus insultos porque no quiero hacerle el juego a un malcriado.
Alberto Acosta dice que todo esto corrobora que Correa es “infantil”, pero yo nunca he escuchado injurias de ese calibre de boca de un niño. En cambio, todos conocemos hombres adultos que no conciben que las mujeres puedan tener talento, son “horrorosas”, “majaderas” o “caras bonitas”. Supuestamente están para la casa, para cuidar a los hijos y permanecer en silencio, en la retaguardia del jefe, del macho, del proveedor.
Pasará el tiempo, juez inflexible. María Josefa Coronel quedará registrada como una funcionaria y periodista seria. En cambio, la historia reconocerá a Correa como el presidente que insultaba los sábados. Las nuevas generaciones recordarán, con vergüenza espero, que aun así una inmensa mayoría de ciudadanos le endosaron su voto. Pero todas las naciones han pasado por momentos de ignominia. Los alemanes apoyaron al asesino de Hitler, los norteamericanos reeligieron al mediocre de Bush y los rusos sostuvieron durante décadas al borracho de Stalin.
Son vergüenzas pasajeras. Nos tomará tiempo recuperarnos, pero lo haremos.
Tengo fe en que así será.
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