Francisco Febres Cordero
Qué linda la bronca entre la Iglesia y el Gobierno! ¡Qué emocionante! Es como si hubiéramos retrocedido cien años en la historia (como dice el Cordero, pero no el de Dios sino el de la Constituyente nomás) y por eso, otra vez, pudimos ver a los dos poderes enfrentados. Por un lado, los obispos vestidos bien elegantes, de obispos, y por otro, el Correa vestido de enemigo. No pues de enemigo de la Iglesia, sino de la moda, ¡qué tales camisas que se pone!
Los obispos se pronunciaron, sin pronunciarse, por el No. El Correa, durísimo, por el Sí.
¿Y cuál fue el motivo de la bronca?, me preguntarán ustedes. Y yo les responderé que, ahora sí, la culpa la tuvieron los obispos. ¡Para qué dizque se meten en lo que no les corresponde! Ellos están para las cosas celestiales, mientras que el Correa está para las terrenales. O sea, como decimos los geógrafos, hay dos campos de acción que están muy bien delimitados.
Es como si el Correa comenzara una campaña en contra del celibato sacerdotal y, al grito de que ahora el sexo ya es de todos, quisiera que los curas y las monjas se casaran. No pues. Ese es problema de ellos, que tienen sus propias leyes y su propio Papa. Unas leyes y un Papa contrarios no solo al matrimonio de los sacerdotes, sino también al control de la natalidad por métodos artificiales y hasta al uso del condón, que no solo evita la concepción sino también las enfermedades de transmisión sexual, entre las cuales el sida es la más devastadora. Sin embargo, por más arcaicas, absurdas, troglodíticas que suenen esas posturas, pertenecen al ámbito de la religión católica y mal haría el Correa en procurar cambiarlas convocando a una Asamblea en Montecristi para dar a la Iglesia una nueva Constitución en que, además, el latín fuera reemplazado por el quichua y el Papa por la Pachamama.
Así mismo, los obispos no tienen por qué intervenir para reclamar sobre la Constitución que dictó el Correa, porque ese no es el ámbito de su competencia: que ellos se dediquen nomás a las tareas del espíritu y procuren arreglar sus problemas internos, que son muchos. Por eso, de gana ahora se inmiscuyen en lo que dice la Constitución sobre el matrimonio y la familia, cuando ellos tienen que afrontar una avalancha de demandas en todo el mundo por sus propios pecados de la carne, que involucran a centenares de niñas agredidas sexualmente y a niños víctimas de la pedofilia. ¿No sería mejor que nos dejen a los laicos darnos el ordenamiento familiar que queramos y ellos busquen la manera de resarcir sus culpas y, sobre todo, encontrar una fórmula para que sus huestes no sigan con sus aberraciones?
Si la Constitución es buena o mala lo diremos nosotros cuando vayamos a votar. Y lo haremos no porque los obispos nos digan cómo hacerlo, sino por lo que nuestro criterio ciudadano nos dicte. En cambio, el pueblo católico puede seguir acatando fielmente los designios sagrados, rezar por la paz del mundo y seguir creyendo en la infalibilidad del Papa y en la resurrección de la carne. Amén.
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DOMINGO 3 de agosto del 2008 Guayaquil, Ecuador
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