Francisco Febres Cordero
¡Qué pena que me da! ¡Y es que yo había admirado tanto al juez Paredes,
ese que dictó la sentencia contra EL UNIVERSO y Emilio Palacio! Para qué
también, el juez demostró unas cualidades propias solo de quien ha
entendido que el Ecuador está en un proceso revolucionario y, por lo
tanto, la justicia debe ser manualita, agilita y al instante.
Si todos los jueces del pasado, presente y futuro fueran como él, no solo que la justicia cambiaría en el país, sino todo mismo. Y es que leerse de un tirón las cinco mil y pico de páginas del juicio y, sobre la marcha, redactar una sentencia de ochenta páginas, era una señal no solo de fiel cumplimiento del deber sino de preclara inteligencia compresional interna, insomnio tipo in dubia pro reo y velocidad tecleadora ad infinítum.
Y por eso yo decía para mis adentros que eso era lo que había que enseñar a los estudiantes para que, en una sola jornada, aprendan íntegra la historia de la revolución ciudadana y sus fundamentos geográficos, físicos, químicos y matemáticos, y duinechas dejen escritos todos los deberes hasta el 2013, por lo menos.
¡Oh, cuántas cosas positivas se hubieran implementado en todas las áreas del saber humano con el método de lectura dinámica y escritura automática! O sea mucho lote me parecía el juez Paredes, francamente.
Otra cosa que me encantó de la sentencia fue que gracias a ella no solo pudimos comprobar el proverbial talento y hondo sentido jurídico del juez, sino también su calidad humana y su buen corazón: en lugar de aceptar la indemnización que pedía el Correa por ochenta millones de dólares, él la rebajó a cuarenta (tal vez calculando que con eso sí le alcanzaba para comprar otro chévere departamento pero en el Yasuní, con río y todo). Y en lugar de darles mucha más prisión a los Pérez y al Palacio, les dio apenas tres añitos que, tras las rejas, pasan volando. ¡Qué altruismo! ¡Qué benevolencia! ¡Qué sentido de equidad!
Mas, ¡oh sorpresa!, ahora resulta que el juez ni siquiera tuvo necesidad de leer el proceso ni, peor, redactar la sentencia, todo en un día, porque, ¡qué injusticia de la justicia!, la sentencia le ponieron ya hechita en su computadora, y le llegó por la vía de un pen drive que instalaron con un sistema chimbo que se llama Chucky-seven. Eso revela que no fue el juez quien se sacó el aire leyendo el proceso y redactando la sentencia, sino otro man, que puede ser el Chucky-night (digo, porque todo se lo hizo a oscuras, bajo las sombras de la larga noche revolucionaria). Elé. Así, qué chiste, pues.
O sea pendejada de juez, pendejada de lectura dinámica y de escritura automática y pendejada de todo mismo.
Lo único que me consuela es que, vistas las cosas como están, esa sentencia redactada de esa manera no ha de haber sido la regla, sino la excepción. Pero claro, como ahora vivimos en estado de excepción judicial, lo excepcional pasa a ser normal y el resto de las sentencias se han de seguir redactando, excepcionalmente, de la misma forma chuckynightiana durante los próximos trescientos años que dure el Correa con su revolución ciudadana. Fritos.
Si todos los jueces del pasado, presente y futuro fueran como él, no solo que la justicia cambiaría en el país, sino todo mismo. Y es que leerse de un tirón las cinco mil y pico de páginas del juicio y, sobre la marcha, redactar una sentencia de ochenta páginas, era una señal no solo de fiel cumplimiento del deber sino de preclara inteligencia compresional interna, insomnio tipo in dubia pro reo y velocidad tecleadora ad infinítum.
Y por eso yo decía para mis adentros que eso era lo que había que enseñar a los estudiantes para que, en una sola jornada, aprendan íntegra la historia de la revolución ciudadana y sus fundamentos geográficos, físicos, químicos y matemáticos, y duinechas dejen escritos todos los deberes hasta el 2013, por lo menos.
¡Oh, cuántas cosas positivas se hubieran implementado en todas las áreas del saber humano con el método de lectura dinámica y escritura automática! O sea mucho lote me parecía el juez Paredes, francamente.
Otra cosa que me encantó de la sentencia fue que gracias a ella no solo pudimos comprobar el proverbial talento y hondo sentido jurídico del juez, sino también su calidad humana y su buen corazón: en lugar de aceptar la indemnización que pedía el Correa por ochenta millones de dólares, él la rebajó a cuarenta (tal vez calculando que con eso sí le alcanzaba para comprar otro chévere departamento pero en el Yasuní, con río y todo). Y en lugar de darles mucha más prisión a los Pérez y al Palacio, les dio apenas tres añitos que, tras las rejas, pasan volando. ¡Qué altruismo! ¡Qué benevolencia! ¡Qué sentido de equidad!
Mas, ¡oh sorpresa!, ahora resulta que el juez ni siquiera tuvo necesidad de leer el proceso ni, peor, redactar la sentencia, todo en un día, porque, ¡qué injusticia de la justicia!, la sentencia le ponieron ya hechita en su computadora, y le llegó por la vía de un pen drive que instalaron con un sistema chimbo que se llama Chucky-seven. Eso revela que no fue el juez quien se sacó el aire leyendo el proceso y redactando la sentencia, sino otro man, que puede ser el Chucky-night (digo, porque todo se lo hizo a oscuras, bajo las sombras de la larga noche revolucionaria). Elé. Así, qué chiste, pues.
O sea pendejada de juez, pendejada de lectura dinámica y de escritura automática y pendejada de todo mismo.
Lo único que me consuela es que, vistas las cosas como están, esa sentencia redactada de esa manera no ha de haber sido la regla, sino la excepción. Pero claro, como ahora vivimos en estado de excepción judicial, lo excepcional pasa a ser normal y el resto de las sentencias se han de seguir redactando, excepcionalmente, de la misma forma chuckynightiana durante los próximos trescientos años que dure el Correa con su revolución ciudadana. Fritos.
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