El excelentísimo señor Presidente de la República dijo que soy un periodista de mala fe. Ese fue el día más triste de mi vida, en que me sentí no solo acongojado, sino, sobre todo, contrito, arrepentido. Si antes, ¡ay, mísero de mí!, fui horrible, ahora he decidido cambiar de fe y hacer que la mala siaga buena. Por eso voy a apoyar al Gobierno y resaltar todas, pero todas sus virtudes, para así contribuir a que la revolución se fortalezca y el Presidente nunca más vaya a ningún hospital.
Así pues, henchido de buena fe, resalto un hecho digno de todo encomio: el viaje del Presidente de la Asamblea y de una legisladora en el avión presidencial al Canadá: el Corcho llevando como sus acompañantes a su esposa y a un nietito, y la legisladora Linda Machuca llevando a su hijito de apenas cinco añitos. Los dos, según dijeron, tenían buenas razones para viajar acompañados: el Corcho porque, después de cinco días de trabajo agotador, no había podido estar con su esposa y su nietito durante ese lapso tan largo, y la legisladora Linda porque no tenía con quién dejar a su hijito lindo si ella se iba al Canadá solita. Entonces, como buenos asambleístas, hicieron pasar al avión presidencial a sus parientes por el ministerio de la ley.
Con ese ejemplo de cinturones de seguridad limpios, maletas lúcidas y shopings ardientes, de hoy en adelante todos los funcionarios públicos y legisladores deben viajar acompañados de sus familiares, sobre todo cuando vean que en los vehículos del Estado hay asientos vacíos. ¡Cómo se fomentará así la unión y no la subversión y el caos! Todos estarían felices y nunca más se mostrarían insultones, cabriados, cejijuntos, prepotentes, indialogantes, necios, sordos, mañosos, mentirosos.
¿Quién se va a oponer que durante un fin de semana el funcionario que ha trabajado como bestia durante muchos días se vaya a la playa en un vehículo oficial, con su familia? ¿Acaso no tiene derecho de salir en pos de recogimiento y solaz para tomar el sol luego de haber estado en la sombra de su despacho? Y si es de alto rango, ¿no será prudente que lleve también a sus guardaespaldas, no vaya a ser que en la playa la insolación policial le sorprenda a él y a su familia? ¿Quién les cuida a él y a sus parientes de los imprevistos, arteros ataques de los rayos ultravioletas que, tranquilamente, pueden ser lanzados por los conspiradores apostados en la arena?
Esa creo que es la gran lección que, en esta hora en que no habrá perdón ni olvido, nos deja la revolución ciudadana: luchar porque la familia no se desintegre jamás de los jamases y no dé mal ejemplo con su separación física, química y espiritual.
Lo único que habría que cuidar es que, así como se van los funcionarios, regresen. Y en eso sí debería actuar la Contraloría para que les fiscalice y les cuente: si se fueron cuatro, que regresen cuatro; si cinco, cinco; si se fue una pareja, que regrese la misma pareja y no cambiada. Y así.
¡Qué ejemplo preclaro dan al país las familias de la revolución ciudadana con su sentido de hogar, su afecto limpio y puro y el uso de los bienes del Estado en aras del cariño verdadero! ¡Ojalá el Gobierno continúe igualito durante los 300 años que le faltan!
¡Viva nuestra buena fe en la revolución ciudadana!
¡Hasta la familia, siempre!
http://www.eluniverso.com/2010/10/10/1/1363/mala-buena-fe.html
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