Francisco Febres Cordero
¡Qué bruto el Alvarado! En lugar de gastar ese platal en los spots contra los medios, difundidos a lo largo y ancho del Mundial, era de que mande a hacer unos bellos spots educativos y con eso los ecuatorianos (y ecuatorianas) terminábamos ganando el partido contra la ignorancia por goliada. Tal vez hasta salíamos, como le gusta al Correa, con un phd en cultura ciudadana.
Y es que los sociólogos de Alianza PAIS decían, antes de llegar al poder, que los medios de comunicación no solo debían servir para informar, sino también para formar. Pero ahora que son gobierno y tienen una cantidad de medios en su poder, cambiaron su pénsum didáctico y dicen que los medios gubernamentales tienen como su misión más alta, más dignificante, más idónea, la de insultar a los medios independientes. ¡Y qué fiero que insultan y calumnian!
No pues, así no vale. Verás Alvarado, te cuento. Cuando se hace una campaña cívica por la tele, la conducta de la gente se modifica. En la época en que Rodrigo Paz fue alcalde de Quito se utilizó una figura emblemática, la del Omoto Albán, para que, en forma de muñeco animado, enseñara a la gente, a través de spots publicitarios llenos de humor y gracia, que no tenía que orinar en la calle ni utilizar las paredes ni las esquinas como mingitorios (¡qué elegantes palabras que uso cuando ya me hago pipí!).
Lo cierto es que, sobre todo en el Centro Histórico, las esquinas y las escalinatas eran los sitios preferidos por quienes deambulaban y, llamados, por la urgencia, ya se hacían. Y se hacían, mismamente, ahí donde veían una pared que les guiñaba el ojo.
Bueno, tanto darle y darle con los spots, la gente fue entendiendo que su acción resultaba perniciosa no solo para la estética, sino para la salud de los habitantes y que los malos olores, ¡atatay!, atentaban contra el resto de la población. Por eso, la ciudadanía (como les gusta decir a los de Alianza PAIS) se adueñó de la campaña y al que le sorprendían in fraganti desaguando contra una pared, le corregían hasta que el que había sido cogido en falta suspendía su acción ad infinitum y, con cara de qué vergüenza, guardaba su instrumento y no volvía a orinar nunca más.
Bueno, tanto darle y darle con los spots, la gente fue entendiendo que su acción resultaba perniciosa no solo para la estética, sino para la salud de los habitantes y que los malos olores, ¡atatay!, atentaban contra el resto de la población. Por eso, la ciudadanía (como les gusta decir a los de Alianza PAIS) se adueñó de la campaña y al que le sorprendían in fraganti desaguando contra una pared, le corregían hasta que el que había sido cogido en falta suspendía su acción ad infinitum y, con cara de qué vergüenza, guardaba su instrumento y no volvía a orinar nunca más.
Tan buen resultado dio la campaña, que la gente ya no hacía pipí. Cuatro años creo que se aguantó las ganas. Cierto es que andaba así, un poco con las piernas entrecruzadas y con los ojos saltones. Pero como la función hace al órgano, las paredes dejaron de estar manchadas, las calles perdieron su humedad y de las esquinas se evaporó ese pungente vaho a amoniaco. ¡Qué maravilla!
¿Ya ves, Alvarado, que sí se puede educar con publicidad, en lugar de insultar? ¡Qué bellos spots que hubiera podido hacer el Gobierno! Chuta, hubiera dicho, por ejemplo, “Ciudadanos: cuando vean pasar al Presidente de la República, absténganse de darle yuca, porque es un tubérculo duro y peligroso, denle más bien cebiche, que le encanta”. Y así, todos hubiéramos sacado a las esquinas cebiches, ora de concha, ora de camarón, para lanzárselos al paso, con lo cual el presidente hubiera quedado feliz. Y nosotros también.
¡Qué cultura cívica que hubiéramos adquirido! ¡Cómo hubiéramos cambiado! El Alvarado, por insultón, perdió su gran oportunidad de pasar a la historia como el gran educador. ¡Qué bruto!
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