martes, 1 de abril de 2008

La intolerancia en Rosario

Gabriela Calderón
La semana pasada asistí a una conferencia en Rosario, Argentina, para conmemorar el vigésimo aniversario de la Fundación Libertad. Ahí estábamos reunidos economistas, historiadores, filósofos, escritores, periodistas, académicos y políticos liberales de alrededor de 40 países. Entre ellos se destacan escritores como Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza y Carlos Alberto Montaner.
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A 250 metros del auditorio en que Vargas Llosa hablaba de libertad, se encontraba la Plaza de la Cooperación, popularmente conocida como “la del Che” debido al retrato revolucionario que predomina en esa plaza. Teníamos entonces a un escritor que ha dedicado toda su vida a escribir y recorrer el mundo para difundir sus ideas de libertad. Décadas atrás él creía en la lucha armada, pero sus experiencias y una constante reevaluación de sus creencias lo llevó a cambiar su manera de pensar. Y desde que lo hizo, Vargas Llosa suele ser recibido con piedras por la izquierda extrema latinoamericana.
El viernes por la tarde saliendo de un almuerzo en la Bolsa de Comercio de Rosario, me tocó de casualidad compartir el bus con Vargas Llosa. Los jóvenes que estábamos en ese bus no creíamos en nadie. Y a mí me tocó sentarme al lado de él. Luego de contarle qué habían significado para mí algunos de sus libros, lo que me sorprendió fue su humildad. No me habló de él o de sus obras sino que me preguntó quién era yo, qué había estudiado, qué hacía y luego de que le contesté todo, me preguntó que qué me había llevado a escribir.
Pero el bus se detuvo. Habíamos llegado a la plaza “del Che” y estábamos cercados por aproximadamente 150 manifestantes que inmediatamente procedieron a lanzar piedras a nuestro bus. Todos los que estábamos en el bus cerramos las cortinas. Nuestra escolta de seguridad llamaba por su celular y nadie le contestaba; luego perdió la señal. Las piedras rompieron una ventana y se escucharon los vidrios caer. Luego rompieron tres más. Después escuché a alguien decir “le han roto la ventana al conductor”.
Yo estaba en el piso con la cabeza debajo del asiento mientras Vargas Llosa permanecía sentado y tranquilo en el asiento de al lado. Yo le pregunté si siempre lo recibían así y me contestó que no siempre pero que frecuentemente. Luego los manifestantes intentaron abrir la puerta del bus y por fin el bus logró dar retro y salir de esa cuadra. Cuando le conté a mis amigos y familiares ecuatorianos lo que había pasado, la primera pregunta de todos fue: “¿Por qué lo odian?”.
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